UN PARALÍTICO CAMINA
* Los tres evangelios que narran esta historia dicen que, cuando Jesús vio la fe de los que traían al paralítico, sanó al enfermo. Como podemos ver, no sólo la fe del paralítico podía permitir que el milagro se llevara a cabo, sino la fe que otros tenían en que Jesús lo sanaría. La fe de los justos ante situaciones adversas, manifestada en oración de unos por otros, es muy poderosa. El mismo Señor, en otra ocasión, dijo: "si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos" (Mt 18:19 RVR60).** Los escribas eran eruditos en la ley de Moisés, sin embargo, su ceguera llegaba al punto de no reconocer que lo que estaban presenciando era el cumplimiento de las profecías que hablaban de que el Mesías sanaría a los enfermos; y aunque estas profecías también tendrían un cumplimiento en el ámbito espiritual, es decir, que cuando viniera el Mesías, la Verdad sería revelada a los hombres, entonces claramente podríamos ver, oír, caminar según ella, y hablarla, la arrogancia de estos fariseos no les permitía ser sanados espiritualmente para que pudieran ver, y oír; por el contrario, cuestionaron el mayor milagro de toda la historia de la humanidad, y lo que ellos mismos aguardaban desde que fue anunciado: la manifestación en carne del Hijo de Dios, enviado para redimir de la esclavitud al pueblo escogido, y edificar la casa de Dios en la tierra.
RESCATANDO A LAS OVEJAS PERDIDAS
* Mateo, también conocido con el nombre de "Leví", era hijo de Alfeo, según nos revelan Marcos y Lucas en sus evangelios. Él trabajaba como publicano, es decir, prestaba servicios a Roma recolectando tributos de los judíos para César, por lo cual, él y todos los de su oficio eran considerados traidores entre los de Israel, pueblo que padecía bajo la opresión romana. Aquéllos que compartían con Jesús en esa mesa eran todos judíos, y la mayoría se había desviado de la ley, y entregado a los placeres del mundo. Jesús había sido enviado a la tierra para hacer que las ovejas descarriadas de Israel volvieran al redil. Como Él lo expresó, los que verdaderamente necesitaban ser sanados eran los pecadores, pues los justos, es decir, las ovejas que aún seguían dentro del redil, no necesitaban ser rescatadas. Mateo era una de esas ovejas perdidas, y en cuanto oyó la voz de Jesús, reconoció que era su Pastor, y le siguió.** La misericordia de que habla Jesús es a compadecerse de las ovejas extraviadas. Los escribas y fariseos estaban tan preocupados de sí mismos, de recibir honores y ser exaltados que, en su egocentrismo, no tenían la capacidad de ver que el pueblo que lideraban necesitaba ser rescatado del lodo cenagoso donde estaban atrapados, pero ellos los condenaban por haberse extraviado. Lamentablemente, los cristianos tenemos mucho de eso, y debemos avergonzarnos de creernos superiores a aquellos que no conocen a Cristo, y que viven en sus vanidades y delitos. En vez de apartarnos de ellos, y condenarlos, es nuestro deber intentar mostrarles la luz del Evangelio; si no nos atrevemos a hablarles, demos ejemplo, glorificando a Dios en nuestro andar, y oremos para que su entendimiento sea también iluminado.
LA IGLESIA NACIENTE
* Jesús es el novio; y su iglesia la novia que se prepara para ser entregada como una virgen pura a Cristo. Cuando este episodio ocurrió, Jesús estaba con sus discípulos, quienes eran los llamados a poner el fundamento de la iglesia, y lo que ellos necesitaban era aprender del novio, y escuchar todo lo que Él tenía que enseñarles. No había motivo para estar tristes, ni para hacer sacrificios como el ayuno, porque todo lo que su alma podía anhelar estaba con ellos.El esposo fue quitado cuando los líderes judíos entregaron a Jesús a los gentiles para que lo mataran. Sin dudas el dolor y desilusión de esos discípulos fueron tan grandes, que no tuvieron la capacidad de caer en la cuenta de que se estaban cumpliendo las palabras que Jesús les había hablado, que decían: "que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día" (Mt 16:21). Pero el desconsuelo de haber perdido a su Maestro duró sólo un par de días, porque el mismo Señor se presentó ante ellos vivo, en un cuerpo glorificado, demostrando que era efectivamente el Hijo de Dios, el Mesías anunciado.** El novio ya no está en cuerpo presente, pero si creemos todo lo que hizo por nosotros sin necesidad de verlo, Él nos envía su Espíritu para que permanezca en nosotros, y nos guíe por el camino de la santidad, la cual se perfecciona por medio del conocimiento, el ayuno y las aflicciones.Ahora es tiempo de ayunar, sin embargo, el ayuno no sólo se trata sólo de mortificar el cuerpo, como lo aclara Jehová por boca de Isaías; el ayuno de todo creyente, más bien, consiste en dejar de mirar hacia nosotros mismos, y comenzar a trabajar por el reino. Entre otras acciones, dice la Escritura que debemos terminar con todo tipo de abuso; dejar de condenar al perdido, y guiarlo a un encuentro con Cristo; ayudar al que está preso en sus banalidades a salir de sus prisiones; compartir con los hambrientos no sólo el pan de nuestra mesa, sino el pan de vida que es la Palabra de Dios; saciar al alma afligida llevándole al manantial de vida; contar a los errantes la buena noticia de que hallarán su hogar en Cristo; dar abrigo al desnudo, no sólo vistiéndolo, sino mostrándole que pueden ser cubiertos por medio de la preciosa sangre de Jesús. Cualquiera que sólo aflige su cuerpo, pero no circuncida su corazón, no puede agradar a Dios, por tanto, nunca nos olvidemos de hacer el bien y de la ayuda mutua, porque esos son los sacrificios que espera Dios.
*** La ley mosaica, o primer pacto, es el vestido viejo al cual no se le puede añadir trozos de paño nuevo (nuevo pacto) para que siga funcionando, porque no lo resiste; lo mismo ocurre con los odres viejos; si les pones vino nuevo, no se conservan ni el odre ni el vino. Lo que estas analogías quieren decir es que nadie puede pretender ser salvo mezclando la ley del antiguo pacto, que es terrenal y se basa en obras, con la ley del nuevo pacto, que es espiritual, y que santifica sólo por la fe. La ley mosaica cumplió su objetivo cuando el viejo pacto fue reemplazado por el nuevo, del que hablaron los profetas, en el cual Jehová promete lavar a su pueblo de sus pecados, y poner su Espíritu dentro de ellos a fin de que pudieran obedecerle. Este nuevo pacto fue instituido con la sangre que Cristo derramó en el calvario. De la Ley del viejo pacto sólo permanece el espíritu que la inspiró, que es el amor. Como dijo Pablo: "toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Ga 5:14). Por su parte, Jesús explicó de qué manera mostramos el amor: "todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque esta es la ley y los profetas" (Mt 7:12).
El propósito de la Ley de Moisés era guiar al pueblo escogido por Dios en su transitar desde el ámbito terrenal al espiritual. En toda la Escritura vemos esa transición: lo primero es un tiempo en que suceden cosas en el ámbito terrenal, que es necesario que las conozcamos y aprendamos de ellas, para que podamos entender lo que viene después, que es lo verdadero, que, aunque no se ve, es lo que permanece; nos referimos a la vida espiritual, que inicia en nosotros mientras aún estamos en el mundo, cuando Jesús regenera nuestro corazón por la fe. Pablo explica cómo se da esta transición en el ser humano: "«El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente», pero el último Adán—es decir, Cristo—es un Espíritu que da vida. Lo que primero viene es el cuerpo natural, y más tarde viene el cuerpo espiritual. Adán, el primer hombre, fue formado del polvo de la tierra, mientras que Cristo, el segundo hombre, vino del cielo. Los que son terrenales son como el hombre terrenal, y los que son celestiales son como el hombre celestial. Al igual que ahora somos como el hombre terrenal, algún día seremos como el hombre celestial" (1Co 15:45-49 NTV). El Apóstol dijo esto, mientras explicaba a sus discípulos "que nuestros cuerpos físicos no pueden heredar el reino de Dios. Estos cuerpos que mueren no pueden heredar lo que durará para siempre" (1Co 15:50 NTV). Es decir que, para tener vida eterna, nuestro cuerpo terrenal debe ser transformado en cuerpo de gloria, como el de Cristo cuando resucitó, pero, para llegar a tener cuerpo de gloria, es necesario haber nacido de nuevo, por la fe en Cristo. Dijo Pablo a los creyentes: "¡No todos moriremos, pero todos seremos transformados! Sucederá en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando se toque la trompeta final. Pues, cuando suene la trompeta, los que hayan muerto resucitarán para vivir por siempre. Y nosotros, los que estemos vivos, también seremos transformados" (1Co 15:51-52 NTV).
A la luz de estas palabras, ahora podemos entender que todas esas ceremonias de la ley, que hablaban de lavarse antes de servir en el tabernáculo; de vestir ropas de lino fino, de alimentos puros e impuros, etc., tenían una profundidad mayor que simplemente la salud, la higiene o atavío externo de las personas; hablaban de la necesaria santificación para ser salvos. Pero ¡a no confundirse! la santificación no produce salvación, sino que es el resultado de depositar nuestra fe en la sangre expiatoria que el Cordero de Dios derramó en la cruz, que es la que nos limpia y nos hace nacer de nuevo.
Esto también permite comprender por qué decimos que la venida del Hijo del Dios al mundo dio cumplimiento al propósito por el cual la ley había sido entregada al pueblo escogido. Fue Su vida perfecta, Su muerte vicaria (como sustituto nuestro) en la cruz, y Su resurrección las que abrieron el camino a la vida eterna a todo el que cree. La Ley ya no tiene sentido, ya que, no hay ceremonias purificadoras, ni circuncisión, ni alimentos, ni nada ni nadie en el mundo que pueda santificar; sólo la fe en la sangre expiatoria de Jesucristo.
A continuación, veremos cómo las mismas Escrituras se encargan de mostrar, aunque aún de manera velada, lo afirmado anteriormente, valiéndose de dos milagros ocurridos casi simultáneamente.
TRANSITANDO DE LA LEY TERRENAL A LA LEY ESPIRITUAL
* Primero que todo, es necesario aclarar que los milagros relatados son hechos verídicos, escogidos por el Espíritu Santo, de entre muchas maravillas hechas por Jesús durante Su ministerio terrenal, a fin de dejar testimonio en el libro sagrado de que Jesús es el Mesías prometido, y "para que, creyendo", tengamos "vida en su nombre" (Jn 20:31). Además, porque, como hemos podido comprobar a través del estudio profundo de la Biblia, lo que se ha escrito, por lo general, esconde un mensaje que puede discernirse espiritualmente. En ese sentido, no es casualidad que estos milagros se relaten como sucesos simultáneos, pues, aunque no son parábolas, sí esconden un mensaje espiritual.
Por los evangelios de Marcos y Lucas, sabemos que la niña tenía alrededor de doce años, los mismos doce años que la mujer llevaba enferma de flujo de sangre. El número doce probablemente está simbolizando a Israel, con sus doce tribus; el pueblo al cual le fue confiado el pacto que tenía como fin guiarlo hacia su Mesías, por medio de quien todas las familias de la tierra iban a ser justificadas por la fe. Pues bien, ya que ese Salvador estaba en la tierra, lo que se quería demostrar a través de estos hechos es que la primera etapa del plan de redención estaba por concluir, y que se iba a dar inicio a una nueva era, donde la salvación sería, no por obras, sino como un regalo de Dios, quien salva por la fe en Su Hijo, que es el Salvador. En aquel tiempo, muchos pensaron que Jesús había venido a abolir la ley, pero la verdad es que Él había sido enviado a cumplirla, porque nadie más que Él podía hacerlo, pues, dice la Escritura que, "cualquiera que cumpla toda la ley, pero que falle en un solo mandato, ya es culpable de haber fallado en todos" (Stg 2:10 RVC), y nadie más que Jesús pudo guardar cada precepto de la Ley.
Ahora bien, ¿por qué creemos que estos milagros hablan de Israel y su Pacto?, porque la niña de doce años no era una hija más de Israel, sino la hija de uno de los líderes de la sinagoga, lo que habla del fin del sistema religioso judaico. Pero, no hay que confundirse, no era el final para Israel, pues, como podemos ver, la niña que había muerto, en cuanto oyó la voz de Jesús, volvió a la vida; esto, porque, como dice la Escritura: de entre los hijos de Israel "hay en la actualidad un remanente escogido por gracia" (Ro 11:5 NVI), o sea, judíos que, "si no permanecen en su incredulidad" (Ro 11:23 NBLA), y se arrepienten de haber rechazado a su Mesías, heredarán la vida eterna. Es decir que, al mismo tiempo en que se comenzó a anunciar el evangelio a los gentiles, (que fue después que a los judíos), y en tanto se completa el número de sus redimidos, los judíos escogidos para el reino quedaron en la misma condición que los gentiles que están siendo llamados, "por cuanto todos pecaron (judíos y gentiles), y están destituidos de la gloria de Dios" (Ro 3:23). Pablo lo expone de esta manera: "la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes" (Ga 3:22). Por tanto, "ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa" (Ga 3:28-29); por eso, el Apóstol aclara también que, "no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos" (...) "No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes" (Ro 9:6-7,8).En cuanto al otro milagro, como podemos fácilmente deducir, el flujo de sangre que afectaba a la mujer, habla de esas ceremonias que, año tras año, debía celebrar Israel, sacrificando animales perfectos, cuya sangre era usada para expiar el pecado de la nación. No obstante, como dice la Escritura, "el sistema antiguo bajo la ley de Moisés era solo una sombra - un tenue anticipo de las cosas buenas por venir" (He 10:1 NTV), así que "nunca puede (ese sistema), por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan" (He 10:1); "porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados" (He 10:4). En otras palabras, se requería de un sacrificio mayor; el derramamiento de la sangre de un ser humano perfecto (no de un animal), que nunca hubiera pecado. Pero sólo un hombre vivió toda su vida sin pecado: el Hijo Unigénito de Dios que fue concebido sin pecado. De tal forma que Jesús era ese Hijo del Hombre, ofrecido por Dios como el Cordero inmaculado, cuya perfecta vida era la única que podía ser aceptada en sacrifico como propiciación, para calmar la justa ira de Dios, contra una humanidad que se alzó en rebelión desde el principio.
La Palabra dice que la mujer menstruosa "había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada" (Lc 8:43), hasta que, puesta su fe en Jesús, tocó Su manto, y "en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote" (Mr 5:29). El mensaje aquí es que, debido a que la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, tiene el poder de expiar en forma definitiva los pecados de los hombres que creen, todos esos rituales expiatorios que ordenaba la Ley ya no son necesarios. Por tanto, tal como la mujer menstruosa fue salva por la fe, el pueblo judío puede ser sanado (salvado) si cree que Jesús es el Mesías enviado al mundo para conducirlo a la vida eterna.
Complementando lo anterior, diremos que, según la ley mosaica, una mujer menstruosa era considerada inmunda, y todo lo que tocaba, fuera objeto o persona, quedaba inmundo. El motivo de esta maldición es revelado por Pablo en la primera carta a los Corintios, donde explica que "la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción" (1Co 15:50). Por esta misma razón, Jesús dijo que, "el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (...) "el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es" (Jn 3:3, 5-6). De modo que, para ver a Dios, "es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad" (1Co 15:53).
En otra de sus epístolas, el apóstol Pablo explica cómo lo que se corrompe y perece se transformará en inmortal cuando Jesucristo regrese: "el Señor mismo descenderá del cielo con un grito de mando, con voz de arcángel y con el llamado de trompeta de Dios. Primero, los creyentes que hayan muerto se levantarán de sus tumbas (judíos y gentiles). Luego, junto con ellos, nosotros, los que aún sigamos vivos sobre la tierra, seremos arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire" (1Ts 4:16-17 NTV), porque "no todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros (Pablo pensaba que él y los receptores de su carta estarían vivos cuando Cristo regresara) seremos transformados" (1Co 15. 51-52). "Cuando lo corruptible se revista de lo incorruptible y lo mortal, de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: «La muerte ha sido devorada por la victoria»" (1Co 15:54 NVI).
Pero muchos se preguntarán: ¿cómo es que uno nace de nuevo? En primer lugar, hay que decir que no depende de nosotros, sino de Dios, pues, es por la fe, que es un don de Dios, que viene por oír el evangelio; a saber, la buena noticia que dice "que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que lo sepultaron y que resucitó al tercer día, también según las Escrituras"; (...) que "Él es el primer fruto de la cosecha: (es decir, que) ha sido el primero en resucitar. Así como por causa de un hombre (Adán) vino la muerte, también por causa de un hombre (Jesús) viene la resurrección de los muertos. Y así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos (los que creen) tendrán vida" (1Co 15:3-4, 20-22 DHH), pues, dice la Palabra: "a todos los que creyeron en él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios. Ellos nacen de nuevo, no mediante un nacimiento físico como resultado de la pasión o de la iniciativa humana, sino por medio de un nacimiento que proviene de Dios" (Jn 1:12-13 NTV).
"Todo aquél que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios" (1Jn 5:1) escribió Juan; por eso, a fin de que muchos más sean salvos, el Señor sigue llamando a sus escogidos, a través de su iglesia, que clama: "en nombre de Cristo les rogamos: ¡Reconcíliense con Dios!" (2Co 5:20); "Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo" (Hch 2:38 NBLA). Si hemos oímos el llamado, y nos hemos arrepentido de vivir en rebelión contra el Señor, por fe, "hemos muerto y fuimos sepultados con Cristo mediante el bautismo; y tal como Cristo fue levantado de los muertos por el poder glorioso del Padre, ahora nosotros también podemos vivir una vida nueva." (Ro 6:4 NTV). Así que, "si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2Co 7:17).
La Escritura dice: "Ya que han resucitado con Cristo (regeneración o nuevo nacimiento), busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto (a la vida de pecado) y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste (segunda venida), entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria" (Col 3:1-4 NVI).
Imposible no maravillarnos al contemplar las profundidades de las Escrituras; de cómo el Antiguo y el Nuevo Testamento son inseparables, porque cada uno tiene piezas esenciales que se complementan entre sí, permitiendo armar el puzle, hasta formar la imagen perfecta.
Con respecto al tema que estamos analizando, en el libro de Ezequiel leemos cómo Jehová recuerda el origen poco honroso de Jerusalén, la que había sido escogida para convertirse en la prometida del Hijo de Dios, diciendo: "yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres, y cuando estabas en tus sangres te dije: ¡Vive! Sí, te dije, cuando estabas en tus sangres: ¡Vive!"; "Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía. Te lavé con agua, y lavé tus sangres de encima de ti, y te ungí con aceite..." (Ez 16:6, 8-9).
En pocas palabras: Jerusalén, la amada novia por la cual Jesucristo dio su vida, debe ser purificada por medio del agua de arrepentimiento; el lavamiento que produce el bautismo en la sangre de Cristo, y la unción del Espíritu Santo, para convertirse en la nueva Jerusalén, que es espiritual, antes de celebrar las bodas del Cordero, cuando se unirá a su Esposo para vivir eternamente con Él.
LUZ A LOS QUE ANDABAN EN TINIEBLAS
* Todos estos milagros que Jesús hizo a los hombres, sanándoles de enfermedades físicas, simultáneamente comenzaban a producir sanidad espiritual, no sólo en los que recibían el milagro, sino en el resto de los que presenciaban esas sanidades; porque antes de venir a Cristo, todos padecíamos, en el ámbito espiritual, el equivalente a estas enfermedades físicas:
- Los ciegos espirituales son aquéllos cuya visión del mundo (cosmovisión) está alterada, pues, no conocen la única Verdad, que es la que Dios enseña en las sagradas Escrituras; por tanto, viven en las tinieblas de su ignorancia. Entonces, "profesando ser sabios, se hicieron necios" (Ro 1:22); "se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido" (Ro 1:21). Isaías describe cómo viven los que deciden ignorar a Dios: "No conocen la senda de la paz; no hay justicia alguna en su camino. Abren senderos tortuosos y el que anda por ellos no conoce la paz. Por eso el derecho está lejos de nosotros, y la justicia queda fuera de nuestro alcance. Esperábamos luz, pero todo es tinieblas; claridad, pero andamos en densa oscuridad. Vamos palpando la pared como los ciegos, andamos a tientas como los que no tienen ojos. En pleno mediodía tropezamos como si fuera de noche" (Is 59:8-10 NVI). Sin embargo, los ojos de los ciegos espirituales pueden ser abiertos, y podrán ver claramente, si escuchan el Evangelio de la Salvación por gracia, que es el medio por el cual el Señor abre el corazón, los ojos y los oídos de sus escogidos para salvación.
- Los mudos espirituales son aquéllos que sólo hablan palabras vanas, descritos por Isaías como hombres de labios inmundos, porque desconocen la Verdad, pero cuando su corazón recibe la Palabra viva, sus lenguas se desatan, y sale de su boca "un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios" (Sal 40:3), y pueden proclamar "buenas nuevas de justicia en la gran congregación" (Sal 40:9 NBLA). Los que no podían pronunciar palabras de justicia, comienzan a hablar con cordura, porque la Palabra de Dios vuelve sabios a los necios.
- Los sordos espirituales son aquéllos que teniendo oídos no oyen, y no son capaces de entender ni comprender, porque su corazón está endurecido. Así es el hombre natural, es decir, que no ha sido renovado en el espíritu: "no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1Co 2:14), pero en Cristo, todos pueden llegar a comprender los misterios de la obra de Dios en su Creación.
- Los cojos o paralíticos espirituales son aquéllos que no logran dar pasos firmes, y tropiezan, resbalan y caen, porque han escogido caminos torcidos que sólo llevan a la perdición, pero cuando conocen al Señor, sus rodillas cansadas se fortalecen, sus caminos se enderezan, y sus pies comienzan a marchar con paso seguro.
**La envidia y ceguera de los fariseos era tal, que de su boca sólo podía salir blasfemia contra Jehová, atribuyendo a Beelzebú las maravillas que hacía Jesús. Más adelante, Mateo relata de qué manera Jesús condena esta grave blasfemia.*** Profecías en cumplimiento (entre otras):
- Is 35:3-6: "Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles. Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad."
- Is 42:7, 16-20: "para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas. (...) Y guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé. Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver. ¿Quién es ciego, sino mi siervo? ¿Quién es sordo, como mi mensajero que envié? ¿Quién es ciego como mi escogido, y ciego como el siervo de Jehová, que ve muchas cosas y no advierte, que abre los oídos y no oye?"
- Is 32:3-4: "No se ofuscarán entonces los ojos de los que ven, y los oídos de los oyentes oirán atentos. Y el corazón de los necios entenderá para saber, y la lengua de los tartamudos hablará rápida y claramente".
- Is 29:18: "En aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de la oscuridad y de las tinieblas".
- Sal 146:8 "Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos".
- Is 50:4 "Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios".
- Sal 102:18 "Se escribirá esto para la generación venidera; y el pueblo que está por nacer alabará a JAH".
LOS PRIMEROS OBREROS ENVIADOS A COSECHAR
* La mies es un cereal de cuya semilla se hace el pan. En el evangelio de Juan, está la historia de Jesús hablando con la mujer samaritana, es decir, una mujer gentil, proveniente de un pueblo de costumbres paganas. Luego que ella le hace ver que su gente esperaba al Mesías de Israel, para que les explicara todas las cosas, Él se le reveló diciendo: "Yo soy, el que habla contigo". Cuando ella pudo comprender que estaba frente al Ungido de Dios, corrió a los de su pueblo para que vinieran a conocerle. Entonces, Jesús dijo a sus discípulos: "Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega".
La mies representa a todos y cada uno de los escogidos desde antes de la fundación del mundo, destinados a ser redimidos por el Hijo de Dios, para heredar las promesas hechas a Abraham; pero, para que esa mies pueda ser usada en el reino, son necesarios muchos obreros que lleven el mensaje de la salvación, porque la fe viene por oír la Palabra. Los obreros son todos los que ya han recibido salvación, es decir, aquellos que antes eran mudos espirituales, pero que, por medio del evangelio, el Señor ha soltado sus lenguas, para que continúen llevando el mensaje de salvación a otros.** Jesús es el Pastor que vino para reunir en su redil a las ovejas desamparadas y dispersas, para llevarlas a Dios. Lamentablemente, habiendo transcurrido ya casi dos mil años desde que Jesús se ofrendó para que nosotros tuviéramos salvación eterna, aun podemos ver a tantos que siguen desorientados, dispersos como ovejas sin pastor, que son fácilmente engañados "por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo" (Col 2:8), y que son desviados de la Verdad que es en Cristo Jesús, en quien "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Col 2:3).
* En las Escrituras leemos que "el muro de la ciudad (la Jerusalén celestial) tenía doce cimientos, y sobre ellos, los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21:14); esto, porque la iglesia está siendo edificada "sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor" (Ef 2:20-21). Sobre estos sólidos cimientos, se levantan los muros de la ciudad celestial, la novia del Cordero, con piedras vivas, que son los convocados al reino.
La iglesia (ekklesia) no es un edificio terrenal, sino una congregación de personas que forman el templo celestial, las cuales, habiendo oído la Palabra de Dios, la creen, y son guiadas al arrepentimiento, porque esa Palabra tiene el poder de despertarlas de la embriaguez que les impide reconocer y obedecer la Verdad, que es la Voluntad perfecta de Dios, que sólo quiere el bien de sus criaturas.
** Judas Iscariote nunca fue considerado entre estos cimientos, sin embargo, Jesús lo escogió para que se cumpliese el plan divino. Porque Jesús no ignoraba que Judas era hijo del mal; por el contrario, sabía que, a pesar de conocer la Verdad, y disfrutar de los dones del Espíritu Santo junto a los otros discípulos, su corazón siempre se iba a inclinar a seguir el consejo de su padre, el engañador. Judas no fue víctima de la Soberanía divina, sino de su propia concupiscencia, pues fue su propia maldad la que lo llevó a cometer el más despreciable pecado de la historia de la humanidad. Tras la muerte de Judas, su lugar fue ocupado por Matías, uno de los discípulos testigos del ministerio de Jesús y de su resurrección.
* Como hemos podido constatar una y otra vez, fiel a Su palabra, Dios dio a los judíos el privilegio exclusivo de ser los primeros en recibir el evangelio. Este pasaje lo confirma en la voz de Jesús, quien dio específicas instrucciones a sus apóstoles: "Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (vv. 10:5-6). El Mandato de llevar el evangelio al resto de las naciones lo dio Jesús a sus apóstoles después de su resurrección, diciendo: "id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mt 28:19); "recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch 1:8).
La predicación a los gentiles comenzó algún tiempo después de que el Espíritu Santo fuera dado a la iglesia, a partir del momento en que los judíos mostraron abierto rechazo al evangelio de Jesucristo. Si leemos con detención el libro de los Hechos, veremos que su escritor, Lucas, se encarga de hacer un prolijo relato de cómo el evangelio iba esparciéndose gradualmente por todas partes, partiendo por Jerusalén; y no es sino hasta los capítulos 9, 10 y 11, que se dedica a contar cómo fue que Jesús mandó a sus apóstoles a llevar el mensaje a los no judíos. Primero, en el capítulo 9, vemos que el Señor escogió a Saulo de Tarso, a quien conocemos como el apóstol Pablo, para cumplir esta misión, diciendo: "instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel" (Hch 9:15). En el capítulo 10, manda a Pedro ir a casa de Cornelio, un centurión romano, para anunciarle la buena nueva, diciéndole "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común" (Hch 10:15); y en el capítulo siguiente, Lucas habla sobre la conmoción que causó entre los judíos saber que "a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida" (Hch 11:18 NBLA).
En efecto, como podemos constatar en los primeros capítulos de Hechos, cada vez que Pedro tomaba la palabra, se dirigía, especialmente a los hijos de Israel. Durante la fiesta de Pentecostés, por ejemplo, cuando el Espíritu Santo vino sobre los discípulos, el Apóstol se dirigió a sus oyentes diciendo: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo" (Hch 2:36). En otra oportunidad, estando en el pórtico de Salomón, Pedro y Juan, nuevamente, se dirigen a los "varones israelitas", que estaban atónitos ante el milagro allí hecho, diciendo: "A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad." (Hch 3:25-26). Más adelante, continuando el relato de los hechos de los apóstoles, Lucas cuenta lo acontecido en la sinagoga de Antioquía, donde Pablo se dirigía a los varones israelitas, muchos de los cuales, "se llenaron de celos, y rebatían lo que Pablo decía, contradiciendo y blasfemando" (Hch 13:45), entonces "Pablo y Bernabé hablaron con valor y dijeron: «Era necesario que la palabra de Dios les fuera predicada primeramente a ustedes; pero ya que la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, así que ahora nos volvemos a los gentiles" (Hch 13;46 NBLA). Algo similar ocurre en Macedonia, mientras Pablo predicaba "a los judíos que Jesús era el Cristo" (...) "oponiéndose y blasfemando éstos, les dijo, sacudiéndose los vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza; yo, limpio; desde ahora me iré a los gentiles" (Hch 18:5, 6). Contrario a lo que muchos piensan, de que Pablo, iba a las sinagogas en primer lugar, porque tenía afecto especial por los de su etnia, lo cierto es que, según consta en los versículos antes citados, él tenía mandato de parte de Dios de predicar primeramente a los judíos.
La nación de Israel ya tuvo su tiempo de exclusividad cuando Jesús estuvo en la tierra, y después, durante el comienzo del ministerio de los apóstoles; pero, como dijimos anteriormente, consta en las Escrituras que, luego que Jesús resucitó y ascendió a la diestra del Padre, el remanente de la nación de Israel escogido por gracia quedó en la misma condición que los gentiles, "porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos" (Ro 11:32), y "la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes" (Ga 3:22). No olvidemos que la iglesia, el Israel verdadero, en quien se cumple la promesa de que todas las naciones serán bendecidas en la simiente de Abraham, que es Jesús, no es sólo de gentiles, sino de ambos pueblos, judíos y gentiles, hechos uno en Cristo. Cualquier enseñanza que hable de la salvación de los hijos de Israel al final de los tiempos, o después de la venida de Jesús, contradice la doctrina de la salvación por fe, ya que, como asegura Pablo: "en este tiempo ha quedado un remanente (está hablando de los judíos) escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia" (Ro 11:5-6). Por lo demás, "no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe" (Ro 4:13); o sea que, "si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa" (Ro 4:14). En cuanto a si ese trato especial con Israel fuera después de la venida de Jesús, eso también choca con la doctrina de la resurrección de los muertos, (o la transformación de los que aún no hayan muerto), ya que, dice la Palabra que, cuando Cristo vuelva, primero, todos los muertos en Cristo van a resucitar, judíos y gentiles, para reunirse con el Señor en el cielo; luego, los creyentes que aún estén con vida van a ser transformados y arrebatados junto con los primeros. Si eso dicen las Escrituras, entonces, nos preguntamos: ¿cuál sería el propósito de un nuevo trato especial a los judíos? (ellos ya fueron tratados de forma especial al anunciarles el evangelio en primer lugar) ¿A quién van a evangelizar, si los escogidos ya estarán con Cristo? ¿a los que ya fueron condenados?, porque, si entendemos bien, para que se haya producido el arrebatamiento, Jesús tiene que haber juzgado, y separado las ovejas de los cabritos, o ¿es que habrá más de un juicio final de donde saldrán otros escogidos? (ya no sería por creer sin haber visto, pues, habrán visto a Jesús venir en la nube, porque "todo ojo le verá" cuando regrese). Como podemos ver, ese pensamiento no tiene cabida en el esquema de salvación que leemos en las Escrituras.
** En cuanto a las palabras de Jesús, de que el obrero es digno de su alimento, está queriendo decir que, cuando alguien dedica su vida a enseñar el evangelio, tiene derecho a recibir para su sustento; era el caso de los apóstoles, y ahora es el caso de los pastores de iglesias. Puede ser discutible el diezmo, pero la ofrenda generosa (no limosna) es un deber cristiano. El Apóstol Pablo, debido a las críticas que sus adversarios estaban haciendo circular, había escogido no recibir nada de los corintios, y más bien hacer uso de lo que otras iglesias habían ofrendado para su sustento mientras ministraba en Corinto; no obstante, hace presente que los que siembran la Palabra tienen derecho a recibir para su alimento, porque está escrito en la ley que no hay que poner bozal al buey mientras trilla, lo que quiere decir que, mientras el buey va haciendo los surcos para la siembra, debe tener también la posibilidad de alimentarse de lo que cae en la tierra, porque si el buey no trilla no va a haber trigo en los graneros; en otras palabras, si el pastor no dedica su vida a predicar la Palabra, ¿cómo podrán tener fe los que no han oído?
COMO OVEJAS EN MEDIO DE LOBOS
* Aun cuando estas palabras que Jesús dirigió a sus discípulos están en el mismo capítulo en el libro de Mateo, no parecen estar refiriéndose a la primera misión de los doce, sino a lo que iban a tener que enfrentar después de la crucifixión y glorificación del Señor, pues, no fue sino hasta entonces que el pueblo de Dios comenzó a ser perseguido por causa de su fe. Como vimos previamente, cuando Jesús escogió a los doce y les encomendó anunciar el evangelio (Mt 10:5-15), los envió sólo a los hijos de Israel, advirtiéndoles que no fueran por caminos de gentiles; sin embargo, en esta oportunidad Jesús señala que cuando fueran apresados y llevados ante las autoridades, sería ocasión para que dieran testimonio a ellas y a los gentiles, sobre el evangelio de la salvación por la gracia de Dios.** Pablo, en su carta a los filipenses, dijo a los creyentes: "a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no solo que creáis en él, sino también que padezcáis por él" (Fil 1:29). Contrario a lo que predican los falsos profetas de la prosperidad, las Escrituras son bien claras en decir que, el privilegio de ser adoptados como hijos de Dios conlleva el padecer por la causa de Cristo, ya que es en medio del fuego de las pruebas que la fe crece y se afirma, pues, el poder del Señor se fortalece en nuestra debilidad. Es cuando atravesamos por circunstancias difíciles que entendemos que la Gracia del Señor es todo lo que necesitamos para estar bien, y que "lo que sufrimos en esta vida es cosa ligera, que pronto pasa; pero nos trae como resultado una gloria eterna mucho más grande y abundante. Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas" (2Co 4:17-18 DHH). Además, "sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos." (Ro 8:28 NTV). Así que, hagamos como el apóstol Pablo, y "corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios" (He 12:1-2).
EL QUE MUERA POR SU CAUSA, VIVIRÁ
* Los apóstoles y primeros discípulos tuvieron vidas realmente difíciles cumpliendo la misión de anunciar la salvación por fe. Después de la glorificación de Jesucristo, todos los apóstoles, excepto Juan, murieron martirizados, así como gran número de creyentes en los primeros siglos de la era cristiana; y aunque Juan no fue asesinado, sí padeció grandemente por predicar a Cristo; de hecho, el Apocalipsis le fue revelado estando prisionero por causa del evangelio en la isla de Patmos.
Sin embargo, todo esto estaba en los planes de Dios, pues, fue precisamente la persecución a los creyentes lo que hizo que el evangelio se propagara tan rápidamente, incluso más allá de las fronteras de Palestina. Además, tal como Cristo anunció (vv.17-18), esas persecuciones a sus discípulos fueron las que permitieron que el evangelio fuera predicado ante concilios, gobernadores, reyes y gran número de gentiles, de lo cual hay constancia en el libro de los Hechos, donde Lucas describe cómo, cada vez que los discípulos fueron tomados presos, tuvieron la oportunidad de dar testimonio, tanto a autoridades judías, que se resistían a Cristo, como a los paganos, de que la salvación es por la fe en Cristo Jesús. Incluso, mientras permanecieron en las cárceles, no pocos de los que compartieron con estos santos prisioneros fueron salvados gracias a sus testimonios. El mismo Apóstol Pablo reconoce que sus prisiones en Roma sirvieron para testificar a los guardias romanos que lo custodiaban, y muchos fueron salvos gracias a ese sacrificio.
* En el libro de los Hechos veremos cómo, después de recibir el Espíritu Santo, los discípulos recibieron poder de lo alto, y comenzaron a declarar el evangelio abiertamente, por todas partes, con una valentía que ellos no habían conocido antes, y estaban dispuestos a ser torturados, incluso a perder la vida, si era necesario, a fin de cumplir con la misión dada, porque ellos amaban a Jesucristo más que a sus propias vidas y, porque sabían que la salvación de muchas almas dependía de que recibieran el mensaje que ellos tenían que llevarles.
El testimonio de los primeros cristianos fue realmente elocuente, y muchas personas fueron salvas no sólo por la predicación de éstos, sino cuando los vieron soportar los peores ultrajes y torturas sin negar su fe, sino afirmar, a quien quisiera oír, que Jesucristo es el Señor. Estos mártires estaban dispuestos a ser llevados como ovejas al matadero, porque no temían "a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma" (Mt 10:28 NBLA), y ellos sabían que sus almas pertenecían al Señor, pues, habían recibido "una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos" (1Pe 1:3-4), de modo que no veían sentido a aferrarse a las cosas temporales de este mundo, y ni siquiera a su propia vida terrenal, sabiendo que, "el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará" (Jn 12:25).
Dios ha sido paciente, y no ha puesto fin al mundo como lo conocemos, porque Él no quiere la muerte del impío, sino que espera que muchos reciban la buena noticia y se arrepientan, para que sean salvos y tengan vida eterna en el reino de los cielos. La urgencia de dar a conocer que la salvación de nuestras almas está en Jesucristo sigue siendo la misma.
*Apocalipsis 6 describe los eventos que se desatan cada vez que el Cordero abre uno de los siete sellos. No pocos han interpretado que el que monta el caballo blanco (Ap 6:2), al abrir el primer sello, es el anticristo, quizás guiados por los terribles eventos que comienzan a suceder; pero, a mi parecer, están cayendo en el peligroso error de llamar Belzebú al Hijo de Dios.
El que monta el caballo blanco "tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer" (Ap 6:2), lo que, a la luz de las Escrituras, hace pensar que en realidad está hablando de Jesús, a quien Dios "exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra", porque "estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2:9-10, 8). No es lógico, siquiera pensar que al anticristo se le haya dado una corona, y que haya salido venciendo para vencer, cuando lo cierto es que la Escritura afirma que fue derrotado por Jesús en la Cruz, y que no tiene ningún poder sobre los hijos del Reino, pues, mayor es el que está en nosotros; es decir, el Espíritu del Señor, con el cual fuimos sellados cuando oímos el evangelio de nuestra salvación, y creímos en él.
Considerando lo anterior, cuando Jesús dijo: "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada" (Mt 10:34), estaba refiriéndose, precisamente, a la división que provocó, en especial, entre las familias judías, el que uno o más de sus miembros profesara la fe cristiana. Hasta el día de hoy se producen divisiones en medio de círculos familiares o sociales, que por años se han identificado con la religión tradicional, cuando uno de sus miembros abriga el verdadero evangelio de la salvación en Cristo Jesús, que es lo que anunciamos aquí.
Cuando el Cordero abrió el segundo sello, dice la Escritura que "salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada" (Ap 6:4). Aunque el mundo está bajo la potestad del maligno, Jesús reina, y el jinete del caballo bermejo, y los que le siguen, son enviados para probar el corazón de los hombres, y para ver la manifestación de los verdaderos israelitas, pues, como dice el profeta Malaquías, Cristo el Señor "es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata" (Mal 3:3-4). El apóstol Pedro dijo en 1Pe 1:5-7, que, mediante la fe, los hijos del reino somos protegidos por el poder de Dios para salvación, pero eso no nos exime de ser probados como el oro en el fuego, porque la autenticidad de la fe se prueba en el horno de las aflicciones.
Más adelante, dice la Escritura, que el que el que montaba el caballo blanco "se llama Fiel y Verdadero", porque "con justicia juzga y hace la guerra"; es decir, no es un rey caprichoso, sino que juzga con rectitud. "De Su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones y las regirá con vara de hierro. Él mismo pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso" (Ap 19:11, 15 NBLA).
En consecuencia, no ignoremos el mensaje que el autor de la epístola a los Hebreos envía a los hijos del reino: "En su lucha contra el pecado, ustedes no han resistido hasta el punto de derramar sangre. Además, han olvidado la exhortación que como a hijos se les dirige: «Hijo Mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él. Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo». Es para su corrección que sufren. Dios los trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline?" (He 12:4-7 NBLA).
** El versículo 37: "El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí", quiere decir que, amar a cualquier persona más que al Señor es idolatría, y la idolatría es pecado. Recordemos que el gran mandamiento, del cual depende toda la ley y los profetas, dice: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22:37-39).
*** Tomar la cruz (v.38) significa morir a nosotros mismos; es decir, dejar de vivir para nosotros, y comenzar a vivir para Dios. Todos nacemos en pecado, por eso, antes de conocer al Señor, vivimos egoístamente, sólo para satisfacer nuestros deseos corrompidos por el pecado, pero cuando Cristo nos rescata, nos da una nueva vida, y lo que éramos antes muere en la cruz. Ahora somos una nueva creación en Cristo Jesús, por tanto, debemos ser obedientes a lo que el Señor nos manda por medio de Pablo, diciendo: "deben ustedes renunciar a su antigua manera de vivir y despojarse de lo que antes eran, ya que todo eso se ha corrompido, a causa de los deseos engañosos. Deben renovarse espiritualmente en su manera de juzgar, y revestirse de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida recta y pura, basada en la verdad" (Ef 4:22-24 DHH). Al decir "basada en la verdad" está refiriéndose a la única Verdad, que quedó escrita en 66 libros, es decir, nuestra Biblia, que es la Palabra de Dios, viva y eficaz, la cual debemos conocer para ser transformados por ella.
* Aquí Jesús habla de los verdaderos mensajeros de Dios. Sin embargo, muchas veces Satanás se disfraza de ángel de luz; por eso, los creyentes debemos ser cautelosos, y no aceptar de buenas a primeras a cualquiera que usa el Nombre de Jesucristo, porque no todos son verdaderos mensajeros de Dios. Hay mucha responsabilidad en los que predican, pero también en los que reciben a los mensajeros. Si queremos saber si un predicador es verdaderamente un mensajero de Dios, éste debe llevar un mensaje basado en las Escrituras, y hablar del Evangelio de la salvación por la fe en Jesucristo por gracia. Al respecto, el apóstol Juan dijo: "Si alguien los visita y no lleva esta enseñanza, no lo reciban en casa ni le den la bienvenida, pues quien le da la bienvenida se hace cómplice de sus malas obras" (2Jn 10-11 NVI).
Cuando un desconocido viene a hablarnos la Palabra de Dios, debemos ser como los de Berea, quienes escuchaban a Pablo predicar, pero no se quedaban con sus palabras, sino que iban a las Escrituras para verificar si lo que oían era Palabra de Dios. Si no somos diligentes como los bereanos, corremos el riesgo de caer fácilmente en manos inescrupulosas que, predicando un evangelio tergiversado, ponen en riesgo nuestra salvación, porque falsas promesas llevan a la decepción, y de allí sólo se está a un paso de la apostasía.
La ignorancia que trae el desconocimiento de las Escrituras es lo que los falsos maestros aprovechan para engañar a los incautos. Jehová declaró por medio del profeta Oseas: "Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento" (Os 4:6). Seamos diligentes, entonces, y reservemos un tiempo a diario para estudiar y profundizar en la Palabra de Dios, de manera que aprendamos a refutar, corregir o confrontar las falsas enseñanzas.