JESÚS, EL UNGIDO DE JEHOVÁ
* Como vemos, Jesús no respondió con un sí, pero en su respuesta les dio a entender que en Él se cumplía lo que estaba escrito en los textos sagrados sobre el Mesías: "Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas" (Is 42;6-7); "Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad" (Is 35:4-6); "En aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de la oscuridad y de las tinieblas." (Is 28:18), entre otras profecías.** ¿Quiénes hallaron tropiezo en Cristo? (v.6) Muchos judíos; en especial, los que tenían la misión de edificar el templo espiritual de Dios en la tierra, quienes tropezaron cuando rechazaron a quien había sido enviado para convertirse en la piedra angular sobre la cual se levantaría el edificio. Los maestros de la Ley y los profetas fueron incapaces de discernir los tiempos, y de reconocer que ante sus ojos estaba Aquél tan esperado Ungido del que hablaban las Escrituras. Pero estaba escrito que sería así.
Al parecer, Juan Bautista también dudó. Hay estudiosos que piensan que lo que motivó a Juan a preguntar a Jesús si Él era el Mesías, fue la condición en que él se encontraba en ese momento: confinado en una cárcel por causa de su predicación, siendo que la idea que había dominado siempre en la mente de los judíos era que el Ungido de Dios iba a venir para quitar el yugo del imperio que oprimía a su pueblo Israel. Quizás por eso, parte de la respuesta de Jesús fue: "bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí" (Mt 11:6), como diciendo a Juan, "no te equivoques, no mires a tus circunstancias", o algo similar a lo que dijo a Jairo: "No temas, cree solamente" (Mr 5:36). Tal es la respuesta que cada creyente debe mantener en mente, en medio de las tribulaciones, confiando siempre en que Dios tiene un propósito para cada uno de sus escogidos, y que las aflicciones, como hemos dicho, forman parte del proceso de santificación necesario para heredar las promesas. Sabemos que Juan no salió vivo de esa cárcel, pero nadie más que Dios sabe cuánto habrá significado en su santificación lo que soportó en ese lugar. Lo mismo es para nosotros, ahora no sabemos por qué padecemos, pero quizás lo sabremos cuando recibamos, el día de la retribución, junto con Juan y todos los santos, la corona de justicia que está reservada en los cielos para los que amamos al Señor.
Por lo demás, ni Jesús estuvo exento de pruebas y tribulaciones. Dice la Escritura que, "aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia" (He 5:8). Lo que no significa que alguna vez haya sido desobediente, sino que Él fue perfeccionado por lo que padeció, es decir que, a pesar de todo, se mantuvo obediente al Padre hasta la muerte, por lo cual "vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec" (He 5: 9-10).
* La generación ciega y sorda atacaba y condenaba lo que no calzaba con sus expectativas. Ellos esperaban que el Mesías fuera un guerrero, un príncipe vestido con fino ropaje, y no podían aceptar que ése que decía ser el Mesías proviniera de una familia humilde. A causa de su endurecido corazón, no entendían lo que estaba ante sus ojos, y eran absolutamente indiferentes al anuncio de las buenas noticias que Jesús traía, como tampoco reaccionaban cuando se les hablaba de la condena que aguarda a los que rechazan el mensaje (vv.16-17). Esa generación se había vuelto necia, y estaba tropezando, pero la Sabiduría de Dios, que se estaba manifestando por medio de la obra de Jesucristo en la tierra, iba a ser justificada por sus resultados (v.19). El maravilloso misterio que envolvía la venida del Mesías fue luego plenamente revelado al mundo por el Espíritu, a través de los apóstoles, y por medio de la Palabra inspirada por Dios.
** En cuanto a la venida del precursor del Mesías, he escuchado a algunos respetados predicadores decir que, en estos versos, Jesús está anunciando una segunda venida de Elías antes de la segunda venida de Jesús, quizás, porque Malaquías dice: "Yo les envío al profeta Elías antes que venga el día del Señor, día grande y terrible", interpretando "el día del Señor" como el día del juicio, y no como la primera venida del Mesías, quien, dijo a sus discípulos: "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada" (Mt 10:34-37), que es, probablemente, lo que el profeta señala como "día grande y terrible". Pero Jesús claramente dice que Juan "es aquel Elías que había de venir" (Mt 11:14), es decir, Elías ya vino. Ese error de interpretación, a mi juicio, los ha llevado a sacar cálculos errados en lo referente a los tiempos escatológicos, que han confundido grandemente a los santos de la iglesia, pues, ya no saben a quién esperar, si a Elías viniendo en un carro de fuego, o al Mesías, en las nubes.
*** Algunas profecías en cumplimiento:
- Mal 3:1 He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos.
- Mal 4:5 He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.
- Is 53:1 ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?
- Is 28:16 por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure.
- Is 61:1 El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel;
IGNORAR A JESÚS ES CONDENACIÓN
Entonces Jesús comenzó a recriminar a las ciudades judías donde había hecho muchos milagros, porque no habían mostrado arrepentimiento. Dijo que, si en las ciudades gentiles de Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se hicieron en Corazín y Betzaida, sin dudas se habrían arrepentido, por tanto, con seguridad el castigo para ellas será peor que el que recibirán las ciudades paganas. Lo mismo para Capernaum, que pensaba que iba a ser exaltada hasta los cielos, lo cierto es que va a ser echada al sepulcro, porque si tantos milagros se hubieran hecho en Sodoma, como los que se habían hecho en allí, Sodoma se hubiera arrepentido y aun permanecería, por tanto, el castigo reservado para Capernaum será peor que el de Sodoma. Luego, Jesús oró: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó". (11:20-26)
* En una ocasión, Jesús, luego de decir a sus discípulos que no impidiesen que los niños se le acercaran, dijo: "De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Lc 18:17). Los niños a que Jesús se refiere en su oración (vv.25-26) eran los mansos de corazón; aquéllos que, sin importar su origen, si eran judíos o gentiles, recibieron el evangelio como un regalo de Dios; creyeron sin cuestionar lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban. En cambio, la arrogancia de los maestros de la ley, los "sabios y entendidos", cegaba su entendimiento, y les impidió ver que la "luz verdadera, que alumbra a todo hombre" (Jn 1:1-14) había venido al mundo, y estaba en medio de ellos, para que fueran salvos.
** Tiro y Sidón eran ciudades gentiles, que tuvieron gran esplendor, pero que fueron devastadas por poderosos pueblos a causa de su pecado, lo que había sido profetizado con antelación. Jesús las pone como ejemplo, porque el privilegio que tenían los judíos, de estar en presencia del Redentor de la humanidad, quien se daba a conocer con todo tipo de señales y maravillas, cumpliendo las Escrituras que de él se escribieron, estaba siendo despreciado por ellos, lo que los condenaba; como dice la Escritura: "ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas" (Jn 3:19). El ministerio terrenal de Jesús no estaba dirigido a los gentiles, sin embargo, muchos de ellos, que presenciaron sus milagros y oyeron sus palabras, se arrepintieron de sus pecados. Más de un ejemplo encontramos en el Nuevo Testamento, sobre gentiles que se acercaron a Jesús y recibieron un milagro a causa de su fe.*** Algunas profecías en cumplimiento:
- Sal 8:2 De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo.
- Is 28:9 ¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? ¿A los destetados? ¿a los arrancados de los pechos?
- Sal 102:18 Se escribirá esto para la generación venidera; y el pueblo que está por nacer alabará a JAH,
- Is 65:1-2 Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí. Extendí mis manos todo el día a pueblo rebelde, el cual anda por camino no bueno, en pos de sus pensamientos;
- Is 65:12-15 yo también os destinaré a la espada, y todos vosotros os arrodillaréis al degolladero, por cuanto llamé, y no respondisteis; hablé, y no oísteis, sino que hicisteis lo malo delante de mis ojos, y escogisteis lo que me desagrada. Por tanto, así dijo Jehová el Señor: He aquí que mis siervos comerán, y vosotros tendréis hambre; he aquí que mis siervos beberán, y vosotros tendréis sed; he aquí que mis siervos se alegrarán, y vosotros seréis avergonzados; he aquí que mis siervos cantarán por júbilo del corazón, y vosotros clamaréis por el dolor del corazón, y por el quebrantamiento de espíritu aullaréis. Y dejaréis vuestro nombre por maldición a mis escogidos, y Jehová el Señor te matará, y a sus siervos llamará por otro nombre.
* ¿Por qué depositar nuestra fe en Jesús es tan esencial en el plan de redención? ¿Por qué no es suficiente con creer sólo en Dios? ¿Cuál es la importancia de "estar en Cristo" y de "permanecer en Él"? Aquí Jesús responde: "Mi Padre me ha entregado todas las cosas". No dice una parte de las cosas, sino todas las cosas. En otros lugares, dice "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (Mt 28:18); y "El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano" (Jn 3:35).
En las epístolas de Pablo aprendemos que esto no se trató de una decisión circunstancial, sino de un plan elaborado desde antes de la fundación del mundo, cuando Dios nos escogió (a los creyentes) "para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo" (Ef 1:4-5), "en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados" (Ef 1:7).
Pablo, en su epístola a los efesios, revela que Dios se propuso "reunir en él (en Jesucristo) todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra" (Ef 1:9-10 NVI). Es lo mismo que dijo a los corintios: "Porque Dios lo ha sometido todo bajo los pies de Cristo. Pero cuando dice que todo le ha quedado sometido, es claro que esto no incluye a Dios mismo, ya que es él quien le sometió todas las cosas. Y cuando todo haya quedado sometido a Cristo, entonces Cristo mismo, que es el Hijo, se someterá a Dios, que es quien sometió a él todas las cosas. Así, Dios será todo en todo" (1Co 15:27-28 DHH).
Es decir, sólo en Jesucristo está la salvación, pues, "agradó al Padre que en él (Jesús) habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz" (Col 1:19-20). ¿Por qué? Porque Jesús es el Hijo del Hombre, es decir, uno de nosotros, pero no como nosotros, pues, Él era sin pecado. El único ser humano cuya vida impecable podía ser aceptada por Dios como propiciación por nuestro pecado, y así aplacar Su justa ira.
Dice la Escritura: "Pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (Jn 3:36). La epístola a los Romanos habla de la ira de Dios, que "viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad obstruyen la verdad" (Ro 1:18 NVI), y que "«No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado; juntos se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!»" (Ro 3:10-12 NVI). Es decir, si no estamos en Cristo, somos enemigos de Dios, y, por tanto, condenados a morir en el fuego eterno que no se apaga, donde el gusano del hombre no muere.
Pedro compara el bautismo en Jesús con el arca de Noé, que tomó muchos años en ser construida, tiempo durante el cual Dios aguardaba pacientemente a que las personas se arrepintieran de sus pecados, para que se salvaran del diluvio anunciado por Jehová, quien, cuando vio "que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Gn 6:5), decidió "el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos" (Gn 6:13). Lamentablemente, cuando el arca estuvo lista, y se desató el diluvio, sólo ocho personas sobrevivieron. Es lo mismo para este tiempo, "el Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan" (2Pe 3:9). Rechazar a Jesucristo, a quien Dios envió para en Él tengamos vida eterna, es rechazar la salvación para vida eterna.
A la luz de esta palabra, podemos entender por qué la Escritura dice que en Jesús "estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1:4); es decir que, "el que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida" (1Jn 5:12), porque "en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hch 4:12).
En el Salmo 2, Cristo dice: "Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra" (Sal 2:7-8).
** El Padre y el Hijo son uno, por eso, Jesús dice que "Nadie conoce verdaderamente al Hijo excepto el Padre, y nadie conoce verdaderamente al Padre excepto el Hijo y aquellos a quienes el Hijo decide revelarlo" (Mt 11:27 NTV). Como vemos, Jesús decidió revelarnos al Padre y compartir con su iglesia esa unidad que eternamente tiene con Dios, según consta en la oración que hizo por los creyentes en el aposento alto, diciendo: "Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros" (Jn 17:11). Jesús no sólo oraba por los discípulos que compartían con Él; también lo hacía por nosotros: "No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí" (Jn 17:20-23 NVI).
Esa unidad del Padre y el Hijo se ve a través de toda la Escritura. Muchas veces vemos en el Antiguo Testamento que Jehová dice que Él hará cosas que después vemos que Jesús las hace en el Nuevo Testamento. Esto es porque Jehová estaba en Jesús haciendo todas las cosas. Como leemos en Ezequiel, Dios dijo: "He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré" (Ez 34:11); "Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil; mas a la engordada y a la fuerte destruiré; las apacentaré con justicia" (Ez 34:15-16); "Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán para rapiña; y juzgaré entre oveja y oveja" (Ez 34:22). Pero también dijo que iba a designar a un Pastor para hacer todo esto: "Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos. Yo Jehová he hablado" (Ez 34:23-24), hablando de Jesús el Mesías.
El salmista escribió: "Jehová es mi pastor; nada me faltará" (Sal 23:1); y más adelante Jesús revela: "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil (gentiles); aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor" (Jn 10:11).
El Hijo del Hombre era Emanuel, esto es, Dios con nosotros, porque Jesús era Dios salvando. Jesús salió de Dios, y todo lo que Jesús hizo, lo hizo porque el Espíritu Santo de Jehová estaba en Él. Como dijimos, y las Escrituras lo afirman: Dios estaba en Jesucristo reconciliando consigo al mundo.
EL REPOSO DEL PUEBLO DE DIOS
* El yugo es una herramienta agrícola que se usa para arar la tierra. Se trata de un instrumento de madera que se unce a la cerviz de dos animales, una yunta, para que juntos tiren del carro del arado y hagan los surcos a la tierra para sembrarla. La yunta se forma con un animal viejo, experimentado en llevar yugo, que es el que va a guiar al otro, de tamaño similar, pero que es joven e inexperto. Las yuntas deben formarse con animales de envergaduras similares, a fin de que surcos en la tierra salgan parejos. Basándose en este requisito, es que el apóstol Pablo usa la analogía del yugo para advertir a los creyentes: "No os unáis en yugo desigual con los incrédulos" (2Co 6:14), temiendo que se repitiera el pecado de los israelitas que salieron de Egipto, quienes se unieron en matrimonio con los pueblos paganos, y fueron desviados de la fe.
Reconocer el Señorío de Cristo para nuestras vidas equivale a recibir Su Yugo sobre nuestra cerviz, porque desde ese momento, Él comienza a guiarnos, por su Espíritu, por camino de santidad, produciendo en nosotros "así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil 2:13). Es decir, el Espíritu Santo que Dios nos dio cuando creímos es como un yugo en nuestra cerviz, que no pesa, ni cuesta llevarlo, pero que es necesario que nos sometamos a él para enderezar nuestras vidas, y para que no nos apartemos de Sus caminos.
** La palabra cónyuge, que usamos para referirnos a los esposos, significa "con yugo". Las palabras de Jesús en los versículos que estamos estudiando las podemos asemejar a una "proposición de matrimonio", que el Hijo de Dios hace a Jerusalén celestial, a quien amó "y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable" (Ef 5:25-27 NVI). La iglesia es la novia del Cordero, cuyas bodas se celebrarán cuando la primera tierra ya no exista más, y haya cielo nuevo y tierra nueva. Ahora es tiempo de recibir con júbilo la invitación a las bodas del Cordero, y de prepararnos para asistir con nuestras mejores vestiduras, como lo exige la ocasión.
* "El Hijo del Hombre es Señor del día de reposo", porque sólo en Jesús encontramos descanso para nuestras almas. Dice la Escritura que el que cree en Él entra en el verdadero reposo que Dios da a su pueblo, pues, Jesús "llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia" (1Pe 2:24). Ya no somos esclavos del pecado que nos condenaba a muerte, sino siervos de Dios, y como tales, sin mayor esfuerzo de nuestra parte, más que el de disponernos a obedecer la guía del Espíritu Santo, para hacer la voluntad del Padre y rechazar las tentaciones de la carne, "somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu." (2Co 3:18 NVI). Por eso dice la Escritura que "ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Ro 8:1), pues, como dice Pablo: "el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Fil 1:6). Y ésta es nuestra paz: que, si el Espíritu de Dios mora en nosotros significa que estamos en Cristo, y si estamos en Cristo, tenemos vida eterna.
Sin embargo, hay que recalcar que esta gracia que nos es dada en Cristo, no nos exime de la responsabilidad de cumplir con ciertas disciplinas, como leer las Escrituras, dedicar tiempo a meditar en ellas, orar, congregarnos, etc., para alcanzar madurez espiritual, y con ello, aumentar nuestra fe. El que es perezosos, y no hace nada por conocer más a Dios y al Hijo, será presa fácil de las estratagemas del enemigo; "sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque, así como por fuego" (1Co 3:15). No obstante lo anterior, llegar a ser maduro espiritualmente no depende de nosotros, sino de Dios que da el crecimiento al que se sujeta al Señorío del Hijo.
En la siguiente parábola, Jesús enseña cómo todo en la salvación depende de Dios: "El reino de Dios se parece a quien esparce semilla en la tierra. Sin que éste sepa cómo, y ya sea que duerma o esté despierto, día y noche brota y crece la semilla. La tierra da fruto por sí sola; primero el tallo, luego la espiga y después el grano lleno en la espiga. Tan pronto como el grano está maduro, se mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha" (Mr 4:26-29 NVI).
De allí, Jesús vino a la sinagoga, donde los judíos le presentaron a un hombre que tenía la mano seca, y le preguntaron: "¿Es lícito sanar en el día de reposo?". Él les contestó que nadie deja de rescatar a una oveja si ésta cae en un pozo un shabat. Pues, mucho más valor tiene la vida de un hombre que la de una oveja; por tanto, es lícito sanar en día de reposo. Entonces, pidió al hombre que extendiera su mano, y lo sanó. Al ver esto, los fariseos salieron de allí, y se reunieron para planificar cómo acabar con Jesús. (12:9-14)
* Jehová mandó a santificar el día de reposo, que es el último día de la semana, correspondiente a sábado en el calendario hebreo, a fin de conmemorar el día en que YHWH descansó, luego de haberse dedicado los seis días anteriores a la obra de la creación. Ningún trabajo podía realizarse aquella jornada, que comenzaba desde que se ponía el sol (lo que para nosotros es viernes), hasta la puesta de sol del sábado.
Jesús dijo: "El día de reposo se hizo para el hombre, y no el hombre para el día de reposo" (Mr 2:27 NBLA), lo que quiere decir que el día de reposo fue dado a los hombres para su beneficio, para que tuvieran un tiempo exclusivo a consagrarse al Señor y adorarlo sin distracciones, como los quehaceres laborales o del hogar, pero no fue pensado para refrenarlos de hacer lo bueno o conveniente para su bienestar, como era el sanar enfermos o alimentarse de lo que los campos ofrecían. Los líderes judíos no lo entendieron así, y agregaron tantas restricciones absurdas que convirtieron un tiempo de solaz en un motivo para condenar al pueblo.
** Algunas profecías en cumplimiento:
- Lv 16:22 Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto.
- Is 53:5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
- Is 53:6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
LA SALVACIÓN NO ES SÓLO PARA LOS HIJOS DE ISRAEL
* La expresión: "La caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará" (Mt 12:20) significa que, "no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Jn 3:17). Es decir, que no era intención del Señor condenar a los que se habían descarriado del pueblo de Israel, o destruir a los paganos gentiles, sino abrir los ojos de todos ellos, a fin de que conocieran la Verdad, y pudieran ser salvos.
En el capítulo 42 de Isaías, citado por Jesús, también dice: "Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas"; "Convertiré en soledad montes y collados, haré secar toda su hierba; los ríos tornaré en islas, y secaré los estanques. Y guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanura. Estas cosas les haré, y no los desampararé"; "Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver" (Is 42:6-7, 15-6, 18).
ATANDO AL ENEMIGO
* ¿A quién ató Jesús para saquear sus bienes?
A Satanás, el espíritu del error bajo cuya influencia está el mundo. Mientras Satanás permanece atado, Jesús está saqueando lo que antes estaba bajo el poder del maligno, es decir, arrebatando de las llamas las almas de los escogidos, trasladándolas "de las tinieblas a su luz admirable" (1Pe 2:9). Como afirma la Escritura: Jesús vino para "deshacer las obras del diablo" (1Jn 3:8).
En el primer siglo, el Apóstol Pablo advirtió: "ya está en acción el misterio de la iniquidad; solo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio" (2Ts 2:7). Como ya hemos comentado, en Apocalipsis 20 leemos que un ángel del cielo ató a Satanás por mil años, luego de los cuales va a ser soltado. A la luz de estas revelaciones, podemos interpretar que Satanás, "el hombre fuerte", está siendo detenido por el Espíritu de Dios, al tiempo que sella en sus frentes a los que han de ser salvos. Mientras el cuerpo de Cristo (la iglesia) permanezca en la tierra, Satanás está limitado en su accionar, pero cuando Jesús saque a su Iglesia de este mundo, entonces Satanás será soltado, y se manifestará a través del líder (la bestia) que organizará a las naciones para luchar contra el Cordero; pero será vencido por el Verbo de Dios.
LA IMPERDONABLE BLASFEMIA CONTRA EL ESPÍRITU SANTO
* Jesús dijo que cualquier palabra contra el Hijo del Hombre será perdonada, no así al que hable contra el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no es una fuerza, sino Dios en acción, por tanto, blasfemar contra Él, es blasfemar contra Dios.
Al decir que se perdonará al que hable contra el "Hijo del Hombre", probablemente, Jesús se refería a la condición en que él se encontraba en ese momento, es decir, antes de ser exaltado, pues, para ser exaltado y hecho Señor de señores, Jesús debía ser probado y "tentado en todo según nuestra semejanza" (He 4:15), igual como Adán fue tentado en el paraíso, y demostrar su sujeción al Padre hasta las últimas consecuencias. A diferencia de Adán, Jesús fue manso, y se mantuvo obediente al Padre, a pesar de tener que sufrir los peores padecimientos, llegando incluso a soportar la indigna e inmerecida muerte en la cruz por nosotros.
Jesús es llamado en la Biblia "el postrer Adán", de lo cual podemos deducir que, una vez que el Hijo de Dios se despojó de su divinidad para hacerse como uno de nosotros, de carne y sangre, quedó en la misma condición que Adán cuando fue creado: santo, puro, absolutamente libre para tomar decisiones (es decir, no esclavo del pecado), pero vulnerable ante los engaños de Satanás. Recordemos nuevamente que la Escritura dice que Jesús, "aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia" (He 5:8), es decir, ¿de qué otra manera se puede probar la obediencia si no es por medio de pruebas? De hecho, los evangelios relatan que, después de ser bautizado por Juan, "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo" (Mt 4:1).
Para bendición de toda la creación, Jesús resistió a Satanás, y por su obediencia al Padre hasta la muerte, Jesús fue resucitado y glorificado, y ahora está en la Gloria del Padre, sentado a Su diestra, y nosotros con Él. Aunque el Hijo del Hombre glorificado está en el cielo, sigue estando con nosotros por medio de Su Santo Espíritu que nos dio cuando creímos. Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno. Fijémonos cómo Pablo habla indistintamente del Espíritu Santo como siendo de Dios y de Cristo: "Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros". (Ro 8:9-11 RVR).
Habiendo sido hecho Señor de toda la creación, nuestro deber es adorarle, porque Él es el Hijo de Dios. Dice la Escritura que "el que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió" (Jn 5:23). También dice que "todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre" (1Jn 2:23).
"Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían" (Sal 2:12). Decimos ¡Amén! a esta palabra.
¿SEÑAL A LOS INCRÉDULOS?
* El ejemplo del profeta Jonás se refería a la muerte y resurrección de Jesús. Jonás es uno de los llamados profetas menores, no porque sea menos relevante que los otros, sino porque que el libro dedicado a su obra tiene pocos capítulos. Jehová había enviado a Jonás a predicar arrepentimiento a los de Nínive, una ciudad gentil que, según el razonamiento de Jonás, no merecía que se les diera la oportunidad de arrepentimiento. Entonces, se embarcó con la intención de huir de la responsabilidad que el Señor le había dado, pero, como Dios no puede ser burlado, vino maldición sobre la embarcación, cuyos viajeros, al descubrir que Jonás era el motivo, lo tiraron por la borda al mar, "pero Jehová tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches" (Jon 1:17), luego de lo cual, tras clamar a Dios, el pez lo vomitó. Jonás finalmente cumplió con lo mandado, y predicó en Nínive, los cuales procedieron al arrepentimiento, y Jehová los perdonó.** Luego de la crucifixión, dicen las Escrituras que Jesús fue, en el espíritu, y "predicó a los espíritus encarcelados que, en los tiempos antiguos, en los días de Noé, desobedecieron, cuando Dios esperaba con paciencia mientras se construía el arca" (1Pe 3:19-20 NVI). Más adelante, Pedro, hablando de que vivos y muertos tendrán que dar cuenta el día del juicio, dice: "por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos" (1Pe 4:6). De modo que, aunque no está especificado, quizás, fue durante los días en que Jesús estuvo en el Hades que hizo estas cosas. Luego Él resucitó, y ahora vive "por los siglos de los siglos" (Ap 1:18), y está sentado "a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos" (He 1:3-4).
* La morada desocupada habla de una persona sin el Espíritu Santo morando dentro de Él. Muchos que se dicen creyentes, no son sino cisternas vacías que, al no contener el agua de vida del Espíritu Santo, son instrumento de muerte en las manos de Satanás, que los usa para desviar al pueblo de Dios del camino correcto. Así Jesús se lamentó de aquella generación: "¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando" (Mt 23:13)
Antes de que Jesús viniera, todo el mundo era esclavo de Satanás, y vivía bajo su dominio. Pero, cuando Jesús se hizo presente, en quien el Espíritu Santo moraba plenamente, trajo consigo a la tierra el Reino de los cielos. No ha existido una generación más privilegiada que aquélla, que fue testigo del despliegue del poder del reino de los cielos en toda su magnitud por medio del Hijo de Dios. Ellos, como nadie, ni antes ni después, "fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero" (He 6:4-5); sin embargo, tan cegados estaban por su arrogancia, que no lo pudieron ver; y combatieron contra el Espíritu Santo, atribuyendo a Belzebú los milagros que éste hacía por medio del Hijo del Hombre. Es decir, mientras Jesús deshacía las obras de Satanás, ellos, creyéndose más puros y justos, no hacían más que atacar, entorpecer, y despreciar la obra del Salvador del mundo. Dice la Escritura que, al "que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia", no le queda más que "una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios" (He 10:29, 27).
LA FAMILIA DE DIOS
Mientras Jesús hablaba, vino alguien a avisarle que su madre y sus hermanos estaban afuera y querían hablar con él; entonces Jesús preguntó: "¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?", y señalando hacia sus discípulos, dijo: "He aquí mi madre y mis hermanos", y explicó "porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre". (12:46-50)
* El evangelio de Marcos dice que multitudes estaban alrededor, mientras Jesús discutía con los maestros de la Ley, y que, "cuando se enteraron sus parientes, salieron para hacerse cargo de él; porque decían: Está fuera de sí" (Mr 3:20). Es decir, la madre y los hermanos de Jesús no estaban allí para apoyarlo, o llevarle alimento, sino, porque creyeron que estaba fuera de control. No olvidemos que, según consta en el evangelio de Juan, antes de la resurrección, "ni aun sus hermanos creían en él" (Jn 7:5).
Jesús no estaba despreciando a su familia terrenal, sin embargo, es evidente que, ni su madre ni sus hermanos terrenales estaban actuando conforme a la voluntad de Dios, sino más bien, interfiriendo con ella; por tanto, como dice Jesús, en ese momento, su verdadera familia estaba constituida por sus discípulos que, igual que Jesús, estaban involucrados en los asuntos que el Padre que está en el cielo les demandaba.