LA PASCUA
* En los libros del Pentateuco, aprendemos que Jehová había ordenado a Israel celebrar todos los años la pascua el día 14 del primer mes hebreo, (en el Pentateuco se habla del mes de Abib. A partir de Nehemías, se habla del mes de Nisan), que correspondería a alguna fecha entre finales de marzo y los primeros días de abril de nuestro actual calendario, ocasión en que un cordero sin manchas debía sacrificarse por familia.
Pero la pascua que estaba por celebrarse ese año no iba a ser como las anteriores, porque en esa oportunidad el Cordero que iba a ser sacrificado era el Hijo Unigénito de Dios, también llamado el Hijo del Hombre, que es el Verbo de Dios encarnado. Unigénito significa único en su clase, porque no hubo ni habrá otro como Jesús, quien, por amor a sus criaturas, siendo igual al Dios, renunció a sus privilegios divinos, y tomó forma humana. Procedente de la eternidad, Él vino al mundo, y nació de una mujer, como un hombre mortal de carne y sangre, "pues, sólo como ser humano podía morir y solo mediante la muerte podía quebrantar el poder del diablo" (He 2:14: NTV). Leemos en la Escritura que "la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados" (He 10:4); y esto, debido a que las únicas criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios son los seres humanos, de modo que, sólo la sangre de un hombre sin pecado tiene el poder de expiar los pecados perpetuamente. En consecuencia, debido a que, después del pecado de Adán, sólo el Hijo de Dios hecho hombre nació sin pecado, nadie más que Jesús podía dar su vida en propiciación por los pecados de la humanidad.
La conmemoración de la pascua recordaba la noche en que la muerte tomó la vida de los primogénitos de Egipto, pero no pudo matar a los primogénitos hebreos, porque, para que la muerte no tocara sus hogares, a los hijos de Israel, Jehová les había dado mandato de pintar los dinteles de sus casas con la sangre de un cordero sin mancha. Ahora podemos entender que, tal ceremonia hacía referencia a la salvación que Dios tenía preparada para proveerla más de mil años después del éxodo, a través de la sangre de Su Hijo, que, como la sangre de un perfecto cordero pascual, iba a ser derramada para expiar los pecados de los escogidos de Dios; liberarlos de la condena a muerte, y darles vida eterna.
LA UNCIÓN
Estando en Betania, en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un frasco de alabastro que contenía un perfume de mucho valor, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús, quien estaba sentado a la mesa. Los discípulos se escandalizaron, por lo que consideraban era un gran desperdicio, "porque esto podía haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres", decían. Entonces Jesús, entendiendo lo que hablaban, les dijo que no molestaran a la mujer, pues, ella había hecho una buena obra con él. Y les dijo: "siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis". Por otro lado, dijo: "al derramar ella este perfume sobre Mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura". Y terminó diciendo: "Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique este evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo" (NVI). (26:6-13)
* Por el relato que hace el apóstol Juan, sabemos que este evento se llevó a cabo seis días antes de la conmemoración de la pascua. También sabemos que la mujer era María, la hermana de Lázaro, el hombre a quien Jesús resucitó, y que el discípulo que recriminó a María fue Judas Iscariote, no porque tuviera interés en los pobres, dijo Juan, "sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella" (Jn 12:6).
El relato de Juan también nos permite descubrir que Mateo no escribió cronológicamente, pues, el párrafo que precede al que estamos estudiando, comienza diciendo que faltaban dos días para la celebración de la pascua.
LA TRAICIÓN
Entonces, uno de los doce, llamado Judas Iscariote fue hasta los principales sacerdotes, y les dijo: "¿Qué están dispuestos a darme para que yo les entregue a Jesús?" (NBLA); y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Desde entonces, comenzó a buscar una oportunidad para entregarle. (26:14-16)
* Aquí vemos el cumplimiento de la profecía de Zacarías, donde dice: "Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata" (Zac 11:12 RVR).
EL APOSENTO ALTO
El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, dos discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle dónde quería que prepararan la cena de la pascua. El Señor les dijo que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: "El Maestro dice: ‘Mi tiempo ha llegado y comeré la cena de Pascua con mis discípulos en tu casa". Cuando llegó la noche, mientras cenaban, el Señor les anunció: "De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar". Entristecidos, le preguntaban "¿soy yo, Señor?". Jesús respondió: "El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar". Luego, agregó: "Es cierto, voy a morir como está profetizado, pero pobre del hombre que me traiciona. Habría sido mejor si no hubiera nacido" (NBV). Cuando Judas, el que lo iba a traicionar, preguntó si era él, Jesús le respondió: "tú lo has dicho". (26:17-25)
* Judas Iscariote no fue una víctima en manos de Dios. Los seres humanos, en cuyos corazones aún no habita Cristo, somos personas con natural inclinación al pecado. A muchos les cuesta aceptar que ninguno de nosotros merecía el perdón que recibimos por nuestros pecados. Dicen las Escrituras que Jehová miró desde los cielos para ver si había uno que hiciera lo bueno, pero concluyó: "todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Sal 14:3). Si Dios no hubiera tenido misericordia de nosotros, ninguno podría salvarse. Él soberanamente escogió a quienes salvar, cambiando nuestro corazón (el de los escogidos) por uno capaz de recibir su Palabra de vida, la cual produce en nosotros la fe que nos guía al arrepentimiento. Sin la intervención de Dios, nosotros sólo tendemos a contradecirlo y, aunque tenemos ciertos atisbos de "buenas obras", ninguna de ellas alcanza el estándar de excelencia exigido en el reino de Dios.
La traición de Judas no fue una acción cometida bajo manipulación divina; él tenía plena consciencia y responsabilidad sobre sus actos. Es más, Judas tuvo la oportunidad de ser transformado, pues, no sólo participó de todas las enseñanzas que Jesús compartió con sus discípulos, las que produjeron grandes cambios en el resto de ellos; además, presenció y participó de las obras del Espíritu Santo hechas por medio de Jesús, y él mismo, junto a los otros apóstoles, recibió poder para sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos, y echar fuera demonios. Pero, por lo visto, la palabra del Señor no tuvo cabida en el corazón de Judas, como para disuadirlo de cometer el horrendo pecado de entregar en manos de sus enemigos al Hijo de Dios. Él simplemente hizo lo que su entenebrecido corazón le dictaba hacer y, llevado por la envidia y codicia, permitió dar cumplimiento a lo que estaba profetizado: que, antes de entrar en su gloria, el Mesías debía padecer.
EL NUEVO PACTO
Mientras cenaban, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo: "Tomad, comed; esto es mi cuerpo". Luego, tomó la copa de vino y, habiendo dado gracias, la dio a sus discípulos, diciendo: "Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados". Por último, les dijo: "Ésta es la última vez que bebo de este vino con ustedes. Pero cuando estemos juntos otra vez, en el reino de mi Padre, entonces beberemos del vino nuevo" (TLA) (26:26-29).
* Como dijo Jesús, el pan simboliza su cuerpo, que iba a ser ofrendado en la cruz como propiciación por los pecados de los que ponen su fe en Dios; es decir, de los verdaderos descendientes de Abraham a quienes fue hecha la promesa, a los cuales el Hijo de Dios vino a salvar.
En el evangelio de Juan, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo" (Jn 6:51). También dijo: "les aseguro que, si ustedes no comen mi cuerpo ni beben mi sangre, no tendrán vida eterna. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tendrá vida eterna. Cuando llegue el fin del mundo, yo lo resucitaré. Mi cuerpo es la comida verdadera, y mi sangre es la bebida verdadera. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive unido a mí y yo vivo unido a él" (Jn 6:53-56 TLA).
Comer el pan y beber la sangre de Cristo significa creer que la ofrenda de su cuerpo en la cruz, y la sangre que Él derramó pagaron completamente nuestra deuda de justicia ante Dios. Es el bautismo de fe en la muerte y resurrección de Jesucristo, "porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Ro 6:4 RVC). Es decir que, como Jesucristo saldó nuestra deuda de justicia, los que hemos puesto nuestra fe en Él, fuimos reconciliados para siempre con nuestro Creador.
El autor de la carta a los Hebreos nos enseña que con la ofrenda que Jesús hizo de su vida en la cruz, se puso fin a los sacrificios que año tras año celebraban los hebreos, "pues la voluntad de Dios fue que el sacrificio del cuerpo de Jesucristo nos hiciera santos, una vez y para siempre" (He 10:10 NTV); de modo que, "con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los santificados" (He 10:14 RVA). Esto no quiere decir que dejaremos de pecar, pues, nuestra naturaleza adánica sigue viva en nosotros, pero ahora, con la ayuda del Espíritu de Cristo en nosotros, tenemos poder para vencer el pecado. "Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí" (Ga 2:20 DHH).
Por eso, "amados hermanos, gracias a la sangre de Jesucristo podemos entrar libremente en el Lugar Santísimo. Jesús nos ha abierto un camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo. Además, en él tenemos un gran sacerdote que está al frente de la familia de Dios. Y puesto que es así, acerquémonos a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, ya que en nuestro interior hemos sido purificados de una mala conciencia y exteriormente hemos sido lavados con agua pura" (He 10:19-22 NVB).
** En cuanto al nuevo pacto por el cual Jesús derramó su sangre (v.28), se refiere al pacto anunciado por Jeremías, quien dijo: "He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá". "Este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo" (Jer 31:33); luego de lo cual agregó: "perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado" (Jer 31:34).
El pacto antiguo o primer pacto es el pacto mosaico, que se originó en el monte Sinaí, luego de que Jehová, por medio de Moisés, liberó a Israel de la esclavitud en Egipto. En esa oportunidad, Jehová les entregó sus mandamientos escritos en tablas de piedra (la ley), y les mandó cumplir cada uno de ellos. También les dijo que la obediencia a su ley los conduciría a la prosperidad en todas las áreas de sus vidas. Lo contrario, les significaría muchos dolores. No obstante, debido a que el hombre, por su naturaleza caída, tiende a rechazar todo lo que es de Dios, y es incapaz de sujetarse a su ley, en vez de salvar a Israel, la Ley lo condenaba.
Sin embargo, el nuevo pacto, cuyo mediador es Jesucristo, es un regalo de misericordia de Dios, porque, junto con darnos vida eterna, no por obras que hayamos hecho, sino sólo por la fe en la sangre de Jesús que nos lava, nos da su Espíritu Santo para guiarnos en el proceso de santificación. Por eso, además de anunciar el nuevo pacto, Dios también prometió: "Pondré dentro de ustedes Mi espíritu y haré que anden en Mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente Mis ordenanzas" (Ez 36:27 NBLA). Es decir que, por Su Espíritu, como dice la Escritura: "Dios es quien produce en ustedes (nosotros los creyentes) tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad" (Fil 2:13 NVI). Ahora bien, para que el Espíritu de Dios pueda obrar en nosotros, debemos, primeramente, estar dispuestos a someternos al Señorío de Jesucristo.
UN ANUNCIO QUE PASÓ INADVERTIDO
Una vez que terminaron de cantar el himno, salieron al monte de los olivos, y Jesús les dijo: "esta noche ustedes se alejarán de mí desilusionados, porque las Escrituras dicen que Dios herirá al pastor y las ovejas del rebaño se dispersarán" (NBV); pero, agregó: "después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea". Entonces Pedro se acercó al Señor, y le dijo: "aunque los demás te abandonen, yo jamás te abandonaré" (NBV), a lo que Jesús respondió: "De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces". Pedro insistió, diciendo "¡Aunque me cueste la vida, no te negaré!" (NBV). Y el resto de los discípulos dijeron lo mismo. (26:30-35)
* En el último capítulo del libro de Mateo, vemos el cumplimiento de la promesa que Jesús hizo a sus discípulos de que, una vez que resucitara, iría delante de ellos a Galilea, para encontrarlos allá (v.32). Cuando Jesús les dijo esto, ellos estaban apesadumbrados por la noticia de que estaban viviendo las últimas horas con su Maestro, que iba a ser traicionado y abandonado por ellos mismos. Al parecer, ni siquiera prestaron atención al anuncio de que su muerte no era el final, pues, como estaba profetizado, Jesús no iba a quedar cautivo de la muerte, sino que iba a resucitar (v.32).
De hecho, es lamentable que muchos que dicen ser cristianos siguen viendo un Jesús derrotado en la cruz, sin considerar que la buena noticia (el evangelio) es que Jesús resucitó; y que en su resurrección derrotó a Satanás, quien tenía poder sobre los hombres a través de la muerte, porque el pecado se paga con la muerte, y ningún descendiente de Adán nace sin pecado. La cruz fue el instrumento usado por Jesús para abrir el camino que conduce hacia el Trono de Dios, el cual había sido clausurado en el principio de la creación, cuando Adán y Eva se rebelaron contra Dios. "Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la Ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los poderes y a las autoridades y, por medio de Cristo, los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal" (Col 2:13-15 NVI). "Por medio de la sangre de Su cruz" (Col 1:20 NBLA), el Hijo del Hombre reconcilió con Dios a los que creen.
* El himno a que hace referencia Mateo (v.30) se trataría de lo que conocemos como el Salmo 118, el cual nos habla de la infinita misericordia de Jehová, que oyó las oraciones del pueblo oprimido, y envió su salvación. Tradicionalmente la comunidad judía lo entona cuando se conmemora la pascua.
Es conmovedor pensar que mientras nuestro Redentor cantaba el salmo aquella noche, ya estaba cumpliéndose la profecía de este canto, que dice: "La piedra que los constructores rechazaron se ha convertido en piedra angular. ¡Esto es obra del Señor, y nos deja maravillados! Éste es el día que ha hecho el Señor; regocijémonos y alegrémonos" (Sal 118 22-24 NBV). Porque Jesús es la piedra fundamental sobre la que se edifica la Casa de Dios en la tierra: la Jerusalén del cielo, que comenzaría a levantarse con piedras vivas escogidas por el mismo Creador.
LA ANGUSTIA DEL HIJO DEL HOMBRE
Luego de esto, fueron a un lugar llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos que lo esperaran sentados mientras Él iba a orar aparte. Pidió a Pedro y a los hijos de Zebedeo (Juan y Jacobo) que lo acompañaran, y les dijo: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo". Alejándose un poco, se postró y oró al Padre diciendo: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú". Volvió a donde estaban sus discípulos, y los halló durmiendo, entonces les dijo: "¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil". Nuevamente se alejó de ellos, y volvió a orar al Padre, pidiendo: "Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad". Vino otra vez hacia los discípulos, y los encontró durmiendo nuevamente, pues sus ojos se caían de sueño. Volvió a alejarse de ellos, y regresó para orar al Padre pidiendo lo mismo por tercera vez, luego de lo cual, fue de nuevo hacia sus discípulos, y los dejó dormir y descansar un poco más. Luego les dijo: "He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. Levantaos, vamos; ved, se acerca el que me entrega". (26:36-46)
* Lucas dice que esto aconteció en el monte de los olivos. No hay contradicción, pues, Getsemaní es un Jardín ubicado a las faldas del monte de los olivos. También Lucas nos amplía los detalles sobre la gran angustia de nuestro Señor antes de ser apresado; de cómo, mientras oraba intensamente, "Su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra" (Lc 22:44 NBLA).
La descripción de Lucas nos permite ver la humanidad de nuestro Señor. Él no era impasible como argumentan algunos, que dicen que, por su origen divino, Él podía evitar sentir dolor; sin embargo, sabemos que cuando salió de Dios, y vino al mundo, se despojó de toda su divinidad, y tomó la forma de un hombre de carne y sangre, sujeto a todos los dolores, necesidades, tentaciones, y molestias que nos produce nuestra naturaleza humana. Él debía hacerse a la semejanza de aquéllos por los cuales venía a ofrendarse. Si bien es cierto, el Espíritu de Dios estaba en toda su plenitud en Cristo, y era posible ver la gloria de Dios en Él, Él era un ser humano. Aparte de la llenura del Espíritu, la única diferencia entre Jesús y cualquiera de nosotros era que en el Hijo del Hombre nunca hubo pecado, porque no fue engendrado por simiente de hombre, sino por el Espíritu Santo.
Pero ¿por qué era necesario que padeciera tanto dolor? Porque cuando Jesús aceptó cargar nuestros pecados sobre sí, también estaba aceptando recibir la justa ira de Dios que nosotros merecíamos recibir por causa de esos pecados. Aunque sabía que iba a ser acusado injustamente, escarnecido, torturado, azotado, despreciado, escupido y crucificado, Jesús no estimó su vida en la tierra como un bien superior al cual aferrarse; más bien, sabiendo que su sacrificio significaría vida eterna para los hombres, Él se sujetó a lo que Dios le había enviado a hacer, y se entregó obedientemente como propiciación por los pecados nuestros. Habiéndose consumado todo según la perfecta voluntad del Padre, Jesús entregó su Espíritu, y murió, pero al tercer día Dios lo resucitó.
Por cuanto derramó su vida hasta la muerte por salvarnos, Dios lo exaltó a su diestra, haciéndolo Señor y Cristo, "y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil 2:10-11)
** Dice la Escritura: "Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días" (Sal 7:11). La ira de Dios es una ira santa, que no es emocional, ni toma partido a conveniencia, como solemos hacer los seres humanos; por eso hablamos de la justa ira de Dios.
Con respecto a la justicia de Dios, éste es uno de Sus atributos que, entre otras cosas, implica "que de ningún modo tendrá por inocente al malvado" (Ex 34:7). La justicia de Dios exige que el culpable pague por lo que ha hecho; de lo contrario, Dios dejaría de ser justo, y "Él no puede negarse a sí mismo" (2Tim 2:13). Si Dios hubiera decidido simplemente perdonar nuestros pecados sin haber exigido propiciación, es decir, sin aceptar a cambio la ofrenda de un sustituto que pagara por nosotros, estaría faltando en uno de sus atributos, y eso es imposible que suceda, porque Dios "no cambia ni se mueve como las sombras" (Stg 1:17 NVI). Cada uno de Sus atributos es inherente a Su persona, y todos ellos conforman la integridad de Dios, por tanto, ninguno de ellos deja de ser o disminuye en intensidad o calidad. Los atributos de Dios son quien Él es: el inmutable "Yo Soy" (YHWH, Jehová, Yavéh).
Pero Dios, además de ser justo, también es "Dios compasivo y misericordioso, lento para la ira y grande en amor y fidelidad" (Ex 34:6 NVI). Por eso, viendo que la rebelión de Adán y Eva había condenado a todos los seres humanos a padecer la muerte eterna en el lago de fuego que no se apaga, Él mismo anunció que iba a proveer el Sustituto (Su Hijo) para que pagara por nuestros pecados, y satisficiera su justicia, aplacando así Su santa ira: "Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción (es para judíos y gentiles por igual), pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio (propiciación) para obtener el perdón de pecados, el cual se recibe por la fe en su sangre" (Ro 3:22-25 NVI).
*** Es interesante ver que, incluso en los nombres de lugares escogidos por Dios, podemos extraer un significado en el ámbito espiritual. Por ejemplo, de acuerdo a las Escrituras, sabemos que los hijos de Dios son llamados "olivos", pues, Pablo, en su epístola a los Romanos, se refiere a los judíos como "olivo original", y a los gentiles como "olivo silvestre". Por su parte, la palabra "getsemaní" significa "prensa de aceite", es decir, donde las olivas (aceitunas) son aplastadas, presionadas para extraer de ellas el rico aceite.
Los hijos de Dios somos comparables a las olivas, porque lo mejor de nosotros aflora en medio de las pruebas y tribulaciones. Como dijo nuestro Señor, su gracia se fortalece en nuestra debilidad. Mientras más quebrantado es nuestro ego, mayor es la gracia que nuestro Señor puede derramar sobre nosotros; en otras palabras, mientras más debilitada esté nuestra confianza en nosotros mismos para salir de las aflicciones, con mayor facilidad fluye el poder de Jesucristo para ayudarnos a transitar o liberarnos de ellas.
EL ARRESTO DE JESÚS
Mientras todavía hablaba, llegó Judas Iscariote, y con él mucha gente de parte de los principales sacerdotes y ancianos, portando espadas y palos. El traidor les había dado por señal: "Al que yo besare, ése es; prendedle". Así que se acercó a Jesús, diciendo: "¡Salve, Maestro!", y lo besó. En seguida apresaron a Jesús. Entonces uno de los apóstoles sacó su espada, y cortó la oreja a un siervo del sumo sacerdote. Mas Jesús lo reprendió diciendo: "Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán"; y agregó: "¿No sabes que podría pedirle a mi Padre que me enviara doce mil ángeles y me los enviaría al instante?" (NBV). Pero, si eso hiciera, dijo: "¿cómo se cumplirían las Escrituras que describen lo que ahora mismo está aconteciendo?" (NBV). Y dirigiéndose a los que le prendían, dijo: "¿Soy acaso un asesino tan peligroso que tienen que venir con espadas y palos a arrestarme? Todos estos días he estado enseñando en el templo y no me detuvieron" (NBV); sin embargo, agregó: "todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas". Cuando lo tomaron preso, los discípulos huyeron del lugar. (26:47-56)
* La profecía de Zacarías, quien dijo: "Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas" (Zac 13:7), se estaba comenzando a cumplir en ese preciso momento, pues, los discípulos se perturbaron al ver que su Maestro, al que consideraban el Mesías, estaba siendo apresado, y entraron en pánico, olvidando la promesa que le habían hecho, pocos minutos antes, de que nunca lo abandonarían (vv.33-35).
** Aquí transcribo algunas de las Escrituras de los profetas (v.56), que Jesús conocía muy bien, que debían cumplirse para darnos salvación:
- "fueron nuestras debilidades las que él cargó; fueron nuestros dolores los que lo agobiaron. Y pensamos que sus dificultades eran un castigo de Dios, ¡un castigo por sus propios pecados! Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz; fue azotado para que pudiéramos ser sanados" Is 53:4-5 NTV).
- "Fue oprimido y tratado con crueldad; sin embargo, no dijo ni una sola palabra. Como cordero fue llevado al matadero. Y como oveja en silencio ante sus trasquiladores, no abrió su boca" (Is 53:7 NTV).
- "Todos los que me ven se burlan de mí; sonríen con malicia y menean la cabeza mientras dicen: «¿Este es el que confía en el Señor? Entonces ¡que el Señor lo salve! Si el Señor lo ama tanto, ¡que el Señor lo rescate!»" (Sal 22:7-8 NTV).
- "Mi vida se derrama como el agua, y todos mis huesos se han dislocado. Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mí" (Sal 22:14 NTV).
- "Mis enemigos me rodean como una jauría de perros; una pandilla de malvados me acorrala. Han atravesado mis manos y mis pies. Puedo contar cada uno de mis huesos; mis enemigos me miran fijamente y se regodean. Se reparten mi vestimenta entre ellos y tiran los dados por mi ropa" (Sal 22:16-18 NTV).
- "Les ofrecí la espalda a quienes me golpeaban y las mejillas a quienes me tiraban de la barba; no escondí el rostro de las burlas y los escupitajos" (Is 50:6 NTV).
JESÚS ANTE LOS LÍDERES JUDÍOS
Luego que prendieron a Jesús, lo llevaron al sumo sacerdotes Caifás, que estaba con los escribas y ancianos. Pedro lo seguía de lejos, y se quedó en el patio de la casa del sumo sacerdote para ver en qué terminaba todo. Los líderes religiosos buscaban alguna prueba falsa contra Jesús para darle muerte, pero no la hallaron, hasta que finalmente vinieron dos falsos testigos que dijeron: "Este hombre dijo: “Puedo destruir el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”". Caifás esperaba que Jesús se defendiera de las acusaciones, mas Él guardaba silencio. Entonces, el sumo sacerdote le dijo: "Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios". Y Jesús respondió: "Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo". Al oírlo, el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, y exclamó: "«¡Blasfemia! ¿Para qué necesitamos más testigos? Todos han oído la blasfemia que dijo. ¿Cuál es el veredicto?»." (NTV); y ellos respondieron: "¡Es reo de muerte!". En seguida comenzaron a escupirle en el rostro, a darle puñetazos, y a abofetearlo, mientras le decían: "Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó". (26:57-68)
* Como podemos ver, los hechos que estaban sucediendo iban dando cumplimiento, uno tras otro, a las profecías de las Escrituras antes citadas.
Asimismo, podemos observar que, lo que más ofendió a los líderes, es que Jesús afirmó ser el Mesías, el Hijo del Hombre del que habló Daniel (v.64), que iba a venir en las nubes, a quien Dios le dio toda autoridad, gloria, y un reino que no tendrá fin. Éstas fueron las palabras del profeta: "he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido" (Dn7:13-14).
En cuanto a la acusación de los falsos testigos, que dijeron que Jesús había amenazado con derribar el templo, se trata de una tergiversación de los hechos ocurridos el día en que Jesús expulsó del templo a los comerciantes, que hacían sus ganancias a costa de las necesidades de la gente que venía para adorar. Cuando los líderes judíos, molestos por la intervención de Jesús, quien, les recriminó haber convertido el templo de Dios en una casa de mercado, le pidieron que mostrara alguna señal que indicara que Él tenía autoridad para hacer lo que estaba haciendo, Jesús les respondió: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Jn 2:19). Sin embargo, "el templo al que se refería era su propio cuerpo" (Jn 2:21 NVI), aclaró Juan en su evangelio; y agregó: "Así, pues, cuando se levantó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús" (Jn 2:22 NVI).
PEDRO NIEGA CONOCER A JESÚS
Estando Pedro sentado en el patio, se le acercó una criada que reconoció haberlo visto con Jesús, a lo que Pedro respondió: "No sé lo que dices". Yendo hacia la puerta, otra criada lo reconoció, y les dijo a los presentes que había visto a Pedro junto a Jesús; y Pedro respondió: "No conozco al hombre". No pasó mucho tiempo después, cuando un grupo de hombres lo intimidaron diciendo que efectivamente era uno de los discípulos de Jesús, pues incluso su forma de hablar lo delataba. Esta vez, Pedro empezó a maldecir y a jurar, diciendo: "No conozco al hombre". En seguida, el galló cantó, y Pedro recordó las palabras del Maestro cuando le dijo: "Antes que cante el gallo, me negarás tres veces", y saliendo, lloró amargamente. (26:69-75)
* Al parecer, desde donde Pedro se encontraba, podía ver a Jesús, pues Lucas, en su versión de estos hechos, dice que cuando el gallo cantó, "vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces" (Lc 22:61).
JESÚS ES LLEVADO ANTE PILATO
Cuando amanecía, los principales sacerdotes y ancianos se reunieron para deliberar sobre la mejor manera de lograr que las autoridades romanas condenaran a muerte a Jesús. Finalmente, lo condujeron atado hasta el gobernador Poncio Pilato, y lo pusieron a su disposición. (27:1-2)
* El evangelio según san Juan nos da un poco más de información sobre cómo ocurrieron los hechos, diciendo que los líderes judíos llevaron a Jesús al pretorio, pero no entraron para evitar contaminarse y así poder comer la Pascua. ¡Qué lamentable contradicción!, porque justamente estaban conduciendo al Cordero de Dios hacia el altar para ser sacrificado. Ya había empezado la verdadera Pascua, y ellos, cegados por Satanás, eran los protagonistas que, movidos por el odio, estaban dando cumplimiento a las Escrituras que hablaban de los padecimientos que el Mesías debía sufrir para llevar a la gloria a los descendientes de Abraham según la fe.
Juan también se encarga de dejar muy en claro que la intención de los líderes judíos era matar a Jesús, pues, cuando Pilato les dijo que juzgaran a Jesús según sus leyes, ellos respondieron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie" (Jn 18:31).
REMORDIMIENTO Y MUERTE DE JUDAS
* La profecía de Zacarías, que citó Mateo, según la versión Reina Valera 1960, dice: "...Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata. Y me dijo Jehová: Échalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro" (Zac 11:12-13).
La palabra hebrea "yatsar" (yô∙ṣēr), que la RVR60 tradujo como "tesoro", también puede traducirse como "alfarero". Otra traducción del mismo versículo dice: "...Y pesaron como mi salario treinta monedas de plata. Entonces el Señor me dijo: «Arrójalo al alfarero (ese magnífico precio con que me valoraron)». Tomé pues, las treinta monedas de plata y las arrojé al alfarero en la casa del Señor" (Zac 11:12-13 NBLA).
Los sacerdotes pagaron por Jesús treinta piezas de plata, la misma cantidad de monedas en que, según la ley, se tasaba el valor de un esclavo, queriendo el Señor mostrar con esto que Jesús, no obstante tener origen divino, para poder ofrendar su vida por nosotros, y reconciliarnos con nuestro Creador, se despojó de su divinidad, "tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2:7-8).
Porque en su primera venida, Jesús no vino como rey, sino como el siervo de Dios. Así habló Jehová de Su Ungido por medio del profeta: "Este es mi siervo, a quien sostengo, mi escogido, en quien me deleito; sobre él he puesto mi Espíritu y llevará justicia a las naciones" (Is 42:1 NVI). También David, inspirado por el Espíritu, dijo "Sacrificio y ofrenda no te agrada; has abierto mis oídos..." (Sal 40:6). El salmista estaba hablando del Mesías como el siervo de Dios, que se ofreció voluntariamente para venir a rescatar a los escogidos, cumpliendo la perfecta voluntad de su Dios y Padre. La traducción correcta debiera ser "has horadado mi oreja", porque el Salmo está haciendo referencia a la ordenanza que decía que los esclavos hebreos debían ser dejados en libertad al séptimo año, sin embargo, si el siervo decidía seguir sirviendo a su Señor de forma voluntaria, "su amo lo llevará ante los jueces, y le hará estar junto a la puerta o al poste; y su amo le horadará la oreja con lesna, y será su siervo para siempre" (Ex 21:6).
Para que la ofrenda de la vida de Jesús como sustituto nuestro fuera válida, como siervo fiel, Jesús debía mantenerse obediente a Dios hasta el final. A eso se refiere el autor del libro a los Hebreos, cuando dice: "Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia..." (He 5:8). No significa que Jesús haya sido desobediente, y que haya sido necesario corregirlo para que aprendiera a obedecer; sino que su obediencia debía ser probada, manteniéndose en la Voluntad de su Padre hasta llegar a morir por ello. Isaías lo había anunciado: "Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento" (...) "Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos"; (...) "por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos" (Is 53:10-12)
** En cuanto al "campo de Sangre", en el libro de los Hechos, Lucas relata que Judas Iscariote había comprado ese terreno con el dinero recibido por traicionar a Jesús, y que fue allí donde se suicidó, y su cuerpo (probablemente después de ahorcarse, se soltó de donde colgaba) cayó con fuerza a tierra, desangrándose, noticia que se esparció por toda Jerusalén, y por eso lo llamaron "campo de sangre". Mateo dice que los sacerdotes compraron el terreno, Lucas, que fue Judas quien lo adquirió. Quizás se trate de un error de interpretación, y lo que estos versículos quieren decir es que el dinero que recibió Judas por traicionar a Jesús, y que devolvió a los judíos, fue el que se usó para adquirir el campo del Alfarero, y que aquél era el mismo lugar donde Judas se ahorcó posteriormente, y luego se desangró, motivo por el cual se conocía el lugar con el nombre de "Campo de Sangre".
EL HIJO DE DIOS ES SENTENCIDO A MUERTE
Estando Jesús en pie delante de Pilato, éste le preguntó: "¿Eres tú el Rey de los judíos?", y Jesús le respondió: "Tú lo dices". Pilato se extrañaba de ver que Jesús no respondía a las acusaciones de los líderes judíos, y le preguntó si entendía los cargos que se levantaban contra él; pero Jesús seguía sin responder. (27:11-14)
* Aquí vemos cumpliéndose la profecía de Is 53:7, que dice: "Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca".
Era tradición que, durante esas fiestas, el gobernador liberara a un prisionero escogido por el pueblo. En aquella ocasión, se encontraba en prisión Barrabás, un ladrón acusado de sedición y homicidio. Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal reunido con el pueblo para que eligieran a quien liberar, si a Jesús, a quien sabía que lo habían llevado por envidia, o a Barrabás, su esposa le hizo llegar un mensaje diciendo: "No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él". Antes de que Pilato preguntara al pueblo a quién iban a escoger para liberar, ya los líderes judíos habían convencido a la gente que debían escoger a Barrabás, y que pidieran la crucifixión para Jesús. Viendo Pilato que nada podía hacer contra la determinación de esa multitud alborotada, tomó agua, y se lavó las manos, diciendo: "Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros", y el pueblo respondió: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos". Entonces Pilato liberó a Barrabás, mandó azotar a Jesús, y lo entregó para ser crucificado. De allí lo llevaron al pretorio, y reunieron ante él a toda la compañía de soldados, y desnudándole, pusieron sobre él un manto color escarlata, y sobre su cabeza, una corona de espinas. También pusieron en su mano derecha una caña; e hincando la rodilla ante él, le decían "¡Salve, Rey de los judíos!". Y escupiéndole, tomaban la caña, y le golpeaban en la cabeza. Después de haberlo torturado, le volvieron a poner sus ropas, y lo llevaron para crucificarlo. (27:15-31)
* Todo el Antiguo Testamento, y las ceremonias que la Ley ordenaba celebrar de forma periódica siempre hablaron de Jesús, el Mesías que iba a ser enviado a salvar al Israel de Dios. Porque, además de ser el Cordero cuya sangre expía nuestros pecados, y nos libera de la esclavitud del pecado y de la muerte (que es consecuencia del pecado), Jesús es también el macho cabrío, sobre cuya cabeza el sumo sacerdote ponía sus manos en el día de la expiación, en señal de estar traspasando todos los pecados y rebeliones de Israel sobre el animal, luego de lo cual, éste era conducido al desierto, para que llevara todas esas inmundicias a tierra inhabitada. La dolorosa corona de espinas que fue puesta sobre la cabeza de Jesús (v.29) equivalen a esas manos que el sumo sacerdote ponía sobre la cabeza del animal, como señal de que Jesús estaba llevando sobre sí la carga despreciable de nuestras iniquidades, quitándolas de nosotros, para arrojarlas al fondo del mar.
(Continuar en Mateo Parte Final)
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